30 de mayo de 2017

De las Letras y de las Ciencias (1 de 5)

Leo con poco entusiasmo los periódicos y con gran cautela y desconfianza los cuadernos llamados culturales de los mismos. Cuando me fijo un poco más atentamente, puedo encontrar cosas levemente desconcertantes. Esta vez, aprendo una nueva palabra que quizá circula hace ya tiempo por los medios de comunicación y el lenguaje común, pero que para mí es nueva: letrasado. Un periodista, o una periodista —no recuerdo ahora, en lo sucesivo usaré el masculino—, afirma que en los institutos este término se ha hecho tristemente popular para designar a los estudiantes de Letras y es la continuación de una vieja invectiva: “el que vale, vale, y el que no ‘pa’ letras”.
El autor siembra profusamente la página con datos de erudición, cuyo principal objetivo, entiendo, es demostrar al lector que no está leyendo cosas de un cualquiera. Todos de actualidad, provenientes de muy diversos campos: literatura, historia, música, fotografía, comics, ensayo, etc., que conducen a una pregunta retórica, de retorcida sintaxis: ¿Cuánto hacen estas artes y estos oficios por que comprendamos mejor a nuestros semejantes, los que nos precedieron y los coetáneos? La respuesta se intuye encomiástica y de ahí nace una acerba crítica al hecho de que la asignatura de Literatura Universal se haya anticipado un curso en el calendario escolar, con grave daño para el conocimiento y aprendizaje de los discentes, ya que esta materia se daba antes en el curso en que, según los expertos, los alumnos están más preparados, más maduros, para apreciar en profundidad las novelas que dan una perspectiva amplia del mundo.
No negaré en modo alguno lo que suponen, como adelanta el autor, “la belleza y el arte para el no adocenamiento de la sociedad”. Avanza el autor —ya un poco más arriesgadamente, en mi entender— en este encadenamiento lógico, y cuenta que “los estudiantes de Humanidades son los más preparados para discernir dónde está la verdad y dónde el camelo”. Carga luego contra el Ministerio de Educación, “decidido desde hace años a borrar del mapa a los futuros pensadores y creadores”, por lo que “debiéramos nosotros rebelarnos, defender convencidos las materias que tan estrechamente ligadas están a nuestra libertad de pensamiento”.
Cuesta trabajo creer que el adelanto de un año en una signatura pueda ocasionar los graves trastornos denunciados y también que el Ministerio de Educación persiga tan sañudamente a los pensadores y creadores. Desprende el artículo un aromilla de highbrow self-complacency, encubridor quizá de algún complejillo mal resuelto. Es reveladora la asunción colectiva de la facultad de pensar y crear, que se desprende de esa algo cacofónica primera persona del plural: “debiéramos nosotros rebelarnos…”.
Frente a este canto a las Humanidades, que yo podría secundar perfectamente, como diré más tarde, traeré aquí una cita de Sir Francis Bacon (1561-1626): Pure mathematics do remedy and cure many defects in the wit and faculties intellectual; for if the wit be too dull, they sharpen it; if too wandering, they fix it; if too inherent in the sense, they abstract it (Las matemáticas remedian y curan muchos defectos de la inteligencia y facultades intelectuales; porque si el ingenio es demasiado romo, lo afilan; si demasiado movedizo, lo fijan; si demasiado pegado a los sentidos, lo hacen abstracto). Palabras que ensalzan las virtudes intrínsecas y poderosas del “pensar científico”, al que dedicaré unas próximas entradas, aunque retrase las de mi viaje a Las Hurdes y Granada. Nada es urgente en este blog y hace mucho tiempo que no fatigo a los lectores con mis queridos números. La devoción de un periodista por las Letras, me ha llevado a escribir algo sobre las Ciencias; en particular sobre la Matemática, esa bella desconocida.

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