8 de julio de 2016

Todo se debe a la neofobia

Un partido, al que no le fue bien en las últimas elecciones, se propuso hacer un análisis approfondi de las causas. Tras unos pocos días de meditación, han dado en achacar el relativo fracaso a los de siempre: a los demás, a los otros. Nadie de ellos es responsable y concluyen que todo viene de que los electores son neófobos. No, no es que sean culpables los electores; son, simplemente, seres humanos y se sabe que, como tales, tienen miedo a lo nuevo, a lo diferente, que eso es la neofobia. Fobos (Miedo), uno de los hijos de Ares y Afrodita —al que Alejandro Magno se encomendaba antes de cada batalla— asedia a veces sañudamente a los mortales.
Sin embargo, no está tan claro que la neofobia sea consustancial con la naturaleza humana. Cuenta Listodemo de Samos (siglo II a. C.), en el libro IX de su Ελληνική ιστορία (Historia de Grecia), que los focenses, tras recapturar Delfos a mediados del IV a. C., formaron un ejército mercenario y lucharon contra Beocia y Tesalia, hasta que fueron expulsados de esta última región por Filipo II de Macedonia. Permanecieron en Delfos diez años más en los que agotaron las riquezas del templo. Acompañaban a los soldados innumerables pornai, prostitutas baratas que merodeaban los campamentos. Apareció entonces Telón el Cretense con un cargamento de esclavas abisinias bellas y refinadas y las ofreció como novedad a los soldados. Eran hembras de ensueño, escribe ilusionado Listodemo, como aquellas hetairas de Corinto que turbaban la razón del propio Sócrates o las cortesanas romanas que hacían estremecer al mismísimo Catón el Viejo. Los soldados se decidieron unánimemente por lo nuevo. El astuto cretense tomó entonces a las pornai que quedaron ociosas y las llevó a Áulide, donde siglos atrás estuvieron varadas las naves aqueas antes de navegar hacia Troya, en la que también había tropas acantonadas, que habían raptado a doncellas tracias, todas rubias y de ojos azules. Propuso el cambio, la novedad, a los soldados, pero estos no aceptaron y se reían del cretense y de su pobre mercancía. O sea, que los seres humanos no siempre temen al cambio o tienen miedo a lo nuevo, sino que lo aceptan cuando merece la pena, que la gente no es boba.
Por lo tanto, lo de que el resultado de las elecciones fue consecuencia directa del miedo a lo nuevo pudiera no ser verdad y conviene estudiar qué es lo que se ofrecía. Quizá lo propuesto no era tan diferente ni tan nuevo y las ofertas, y los oferentes, no pasaron el examen que cualquier persona racional hace antes de tomar una decisión. ¿Cómo se esfumaron los votantes que habían depositado su confianza seis meses antes? Bueno, en esos seis meses se han visto muchas cosas en los nuevos dirigentes, en sus actuaciones en el congreso, en sus fluctuantes declaraciones, en sus programas, en sus posiciones políticas. En seis meses se aprenden muchas cosas y se desvelan muchos misterios. El pueblo español es sabio y no se equivoca, ¿no lo decían ellos mismos? Se ha pasado de la euforia excesiva a una actitud peligrosa, por lo que en inglés se designa self-fulfilling prophecy, o cómo la previsión de un resultado adverso alimenta el cumplimiento de la propia profecía. Lo dijo uno de sus líderes con esa oratoria suya deslumbrante: “Podemos darnos una ‘hostia’ de proporciones bíblicas”.
El análisis fue, pues, ligero y erróneo. Este mismo líder ya confesó que los de su grupo se dedican al fornicio y quizá no tienen tiempo de hilar más fino en la politología, porque todo lleva su tiempo. La única cópula regular de Zeus, con Hera, fue en la noche de bodas, en Samos, y duró trescientos años. En una ocasión, el dios Morfeo durmió a la humanidad entera durante tres días y tres noches, para que Zeus yaciera sin prisas con la esposa de Anfitrión. Cuando los argonautas llegaron a la isla de Lemnos —donde cayó Hefaistos, arrojado por Zeus desde el Olimpo, y se rompió las piernas—, las mujeres de la isla, que un año antes habían matado a sus maridos por su infidelidad notoria, pensaron que debían unirse a ellos para engendrar nuevos varones. Eran mil y los argonautas sólo cuarenta y ocho. Descontadas las viejas, incapaces ya de procrear, a cada uno le tocaron catorce hembras y el asunto requirió siete días y siete noches de dedicación.
Estos ritmos se pueden acelerar, me dirás, lector. Y es verdad, sobre todo en período electoral en el que el líder de este grupo se siente especialmente motivado, según contó a la bella periodista Susanna Griso, a la que le hizo la confidencia, estando justamente en campaña, quizá inocentemente o quizá tanteando una improbable colaboración o ayuda, lo que no hubiera sido ninguna desgracia, hay que reconocerlo, ni para el confeso, ni para cualquier varón de buen gusto sobre la Tierra.
Dejo el tema, pero diré algo sobre los sondeos, tan equivocados, que precedieron a las últimas elecciones. Me referiré a otras adivinaciones en la antigua Grecia.