23 de abril de 2016

Borges, amores y desamores (III)


Palabras clave: Los varios ‘suicidios’ de Borges
 
Hablé en una entrada anterior del accidente que sufrió Borges y que fue sin duda grave —el escritor lo recogió años después en un relato, El Sur, con personajes que tienen todavía el aire rudo y pendenciero de sus escritos más antiguos—. Un suceso aún más extraordinario y revelador había ocurrido unos  años antes, en 1935. Borges tenía treinta y cinco años y había comenzado a padecer problemas de visión; tenía publicados tres libros de poemas, cinco cortos volúmenes de ensayos, y ganaba una muy modesta suma dirigiendo una revista de un periódico. Al recordar esa época, en el prólogo de la segunda edición de Historia Universal de la Infamia (1954), dirá: “el hombre que lo ejecutó [el libro] era asaz desdichado, pero se entretuvo escribiéndolo”.
Fue en esa época gris cuando hubo un intento de suicidio. Borges habría tomado la decisión en febrero de 1935, según contó, años después, a María Esther Vázquez: “Era febrero y me di cuenta de que la mejor solución para evitar la humillación del calor era suicidarse”. Compró un revólver en una armería de la calle Entre Ríos, una botella de ginebra y una novela policial, que ya había leído, “para que no lo distrajera” (extraña precaución en alguien que está pensando en quitarse la vida). Luego tomó el tren hasta el Hotel Las Delicias, en Adrogué, donde había pasado los felices y lentos veranos de su infancia y que aparece, transformado, en algún relato borgiano. Alquiló un cuarto, se recostó vestido sobre la colcha y empezó a beber, pero no tuvo valor o desesperación para matarse. Se quedó dormido, borracho, con el pesado revólver descansando sobre el pecho. Al despertar, tras una tormenta de verano ruidosa y eléctrica, le dolía la cabeza; caminó de vuelta a la estación y “en un charco tiró el libro y el revólver inútiles”.
Este intento se recuerda vagamente en un relato posterior, 25 de agosto de 1983 (día siguiente a su cumpleaños), en el que, en una habitación del mismo hotel de Adrogué, hay dos Borges de diferentes edades. “Qué raro, somos dos y somos el mismo. Pero nada es raro en los sueños. Es, estoy seguro, mi último sueño”, dice el más viejo, que va a morir —con la mano mostró el frasco vacío sobre el mármol de la mesa de luz—. “Vos tendrás mucho que soñar, sin embargo, antes de llegar a esta noche”. “Aquí mismo, hace años, en una de las piezas de abajo, iniciamos el borrador de la historia de este suicidio”, dice el joven, insinuando un recuerdo real, biográfico, y pregunta: “¿Tan seguro estás de que vas a morir?”. “Sí. Siento una especie de dulzura y alivio, que no he sentido nunca. Los estoicos enseñan que no debemos quejarnos de la vida; la puerta de la cárcel está siempre abierta. Siempre lo entendí así; la pereza y la cobardía me demoraron”, responde el viejo. Este podría ser su segundo suicidio, puramente novelesco, en la ficción.
Otro suicidio de Borges es menos seguro. En una entrevista, contó que conversaba en una ocasión con el escritor Macedonio Fernández —amigo íntimo, inteligentísimo, que lo impresionó más que ningún otro, según confesó— y estaban oyendo tangos. Borges le preguntó: ¿Por qué no nos suicidamos para acabar con esta música? El entrevistador, también sagaz esta vez, replicó: Pero por fin no se suicidaron. A lo que respondió Borges, displicente: No sé si nos suicidamos..., no me acuerdo.
Otro posible ‘suicidio’ podría haberse derivado del intento del escritor Leopoldo Lugones de batirse a duelo con Borges, según cuenta el dramaturgo Juan Carlos Ghiano. Creo que Borges, por su culto al valor y al coraje que se trasluce en su obra, y por algún hecho de su vida, habría aceptado. Por fortuna, los amigos convencieron a Lugones, que practicaba esgrima, de que ese duelo sería un asesinato, dada la pésima visión del contrario, lo que le hizo renunciar, declarando que “no valía la pena armar un escándalo por un infeliz que ni sabía medir bien los versos”. Lugones sí se suicidó realmente; con arsénico, según una versión, con una mezcla de whisky y cianuro, según otros.
Borges vivió obsesionado toda su vida, más con la idea abstracta del suicidio que con planes concretos de realización. Francisco López Merino, un poeta y amigo suyo, se suicidó tal vez por desengaños de amor en 1928, con 23 años, y esa muerte le causó una profunda impresión. Escribió una elegía a los pocos meses de que ocurriera.