23 de marzo de 2016

Borges, amores y desamores (II)


Palabras clave (key words): el accidente, Pierre Menard, nuevo estilo, musas borgianas.

Interrumpiré, sin demasiado éxito, los amores de Borges, para contar algo que puso en peligro su vida y que se ha contado de diferentes maneras. Me refiero a lo ocurrido en la víspera de Nochebuena del año 1938, pocos meses después de la muerte de su padre. Borges ya no veía bien y al subir con prisas las escaleras —el ascensor de la casa estaba averiado— no reparó en que había una hoja de ventana abierta hacia dentro y se dio un fuerte golpe en la frente, que empezó a sangrar. La herida se complicó luego con una infección y fiebre alta y tuvo que ser ingresado en un hospital; desarrolló una septicemia y estuvo en peligro de muerte. Se dice que al volver a casa empezó a escribir su primer cuento fantástico, Pierre Menard, autor del Quijote.

Para algunos críticos, nació entonces un nuevo estilo del escritor, una manera diferente de escribir. Su madre, doña Leonor, estaba convencida de que tras el accidente algo había pasado en el cerebro de su hijo. El crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985), autor de la obra Borges por él mismo (1979), se refiere a este hecho: “Después del accidente, Borges reaparece transformado en un escritor distinto, engendrado sólo por sí mismo. Antes del accidente era un poeta, un crítico de libros; después del accidente será el redactor de arduos y fascinantes laberintos verbales, el productor de una nueva forma literaria, el cuento que es a la vez un ensayo”.

Es difícil atribuir a la enfermedad ese cambio de estilo. Repasando la cronología en sus Obras completas, compruebo que ya antes de este episodio, hay relatos, como El acercamiento a Almotásim, y otros más, que tienen las características típicas del estilo borgiano y podrían ubicarse entre los posteriores al accidente. Para mí, ese cambio que algunos advierten, no fue tan radical y representa simplemente la llegada del autor a la madurez, con los cuarenta años cumplidos y en plenitud creadora.

Se habla mucho de la poca precisión de muchos de los recuerdos que tenemos los humanos, al evocar el pasado. Este caso es un claro ejemplo de estas distorsiones involuntarias. James Woodall, en La vida de Jorge Luis Borges, recoge la versión del accidente que dio la madre del escritor y cuenta que ocurrió yendo este a recoger una invitada, para cenar en casa: una amiga chilena, por la que alimentó esperanzas a mediados de los años veinte, Susana Bombal. En realidad, añado yo, esta Susana era de Buenos Aires, y muy ligada a San Rafael, en la provincia de Mendoza. Un mes antes de la muerte del poeta ciego, lo llamó por teléfono desde Buenos Aires a Ginebra y Borges, agradecido, le dijo: “Sos uno de los seres que más he querido en el mundo”. ¡Cómo son de tiernas y reveladoras palabras como estas cuando uno está por empezar el gran viaje.

Efectivamente, doña Leonor, en una entrevista en L’Herne, dijo que Georgie (así llamaba a su hijo), tras ir a buscar a la chica, no volvió y fue la policía la que llamó para informar del suceso. En esa misma entrevista habla de que ella y su marido iban al hospital a ver a Georgie; pero Borges padre había muerto en febrero del 38. Si esas visitas fueran ciertas, el accidente tendría que haber ocurrido en 1937. Es más probable que el recuerdo de la madre esté contaminado por el error.

Por otra parte, el propio Borges, en su Ensayo autobiográfico (1970), habla del accidente, pero lo sitúa en la escalera de su casa. En una entrevista con Jean de Milleret, en 1967, también dijo que el accidente ocurrió en su escalera y fue la invitada chilena la que abrió la puerta, porque había llegado antes y se encontraba ya en el piso.

María Esther Vázquez, en su libro Borges, Esplendor y derrota, vuelve a afirmar que el hecho ocurrió fuera del reducto familiar. Cita a Norah Borges, la hermana, según la cual Borges fue a visitar a Emma Risso Platero, otra de las musas del enamoradizo escritor, diplomática uruguaya de vida intensa, bella, culta y andariega, que le había invitado a comer a casa y a la que llevaba un regalito. Vázquez cuenta también en el libro la visita de Borges a Emma, en Londres, en 1964. Tomados del brazo, en su jardín, en una clara noche otoño, el argentino empezó a recitar en voz alta versos de amor de Dante Gabriel Rosetti. “Parecían dos amantes que hubieran continuado un diálogo iniciado mucho tiempo atrás”. En verdad, Borges había estado enamorado de ella treinta años antes. ¡Qué cosas se dirán en estos casos, cuando la pasión se ha remansado y queda sólo el afecto entero, la ternura intacta, quizá crecida por el paso de los años, la constatación de la fugacidad de las cosas y la imposibilidad de volver atrás!

José Bianco, amigo de Borges y secretario de la revista Sur durante veinte años, da todavía otra versión distinta: El accidente no ocurrió ni en la casa de Borges, ni en una escalera, sino en el departamento de María Luisa Bombal, escritora chilena — esta sí, fácilmente confundible con la Susana argentina del mismo apellido—. Una tarde, Borges, de visita en casa de María Luisa, se echó hacia atrás en la silla y se golpeó la cabeza con el filo de una ventana entreabierta. “Como le saliera mucha sangre, lo llevaron a la Asistencia Pública, lo curaron, lo vendaron y le dejaron en la herida un pedazo de masilla. Consecuencia: septicemia fulminante por la cual estuvo a punto de morir (en aquella época no existían los antibióticos)”, escribe Bianco. Estuvo un mes entre la vida y la muerte; esto sí parece probado. Lector, consultar varias fuentes supone, indefectiblemente, bordear el error.

Ya dije que para algunos, durante la convalecencia, Borges decidió abordar un género nuevo, escribir algo completamente distinto de lo que había escrito hasta entonces; nació así un cuento fantástico de inspiración metafísica: Pierre Menard, autor del Quijote. Borges, cuenta Bianco, “estaba tan preocupado por el texto que acababa de entregarme que a la mañana siguiente me llamó para saber qué me había parecido. Le dije la verdad: Nunca había leído nada semejante”.
(continuará)