14 de enero de 2016

Dos etimologías curiosas


Palabras clave (key words): etimología, rebeca, nostalgia, Johannes Hofer, Resusci Anne.

La etimología es la ciencia que trata del “origen de las palabras, razón de su existencia, de su significación y de su forma” (DRAE, primera acepción). Con una tal definición, es obvio que también estudia términos modernos, que han sido creados por personas o instituciones (neologismos) y palabras que nacen de una moda, una obra literaria, una película, etc. La indagación tiene así, en ocasiones, un recorrido corto y no precisa remontarse a tiempos muy antiguos. La palabra española ‘rebeca’, que designa una chaquetilla femenina de lana, deriva del nombre de la protagonista de una película con ese título (Rebecca, en inglés) de 1940, del director Alfred Hitchcock, inspirada en una novela de la escritora inglesa Daphne du Maurier, que tuvo once nominaciones y consiguió dos Oscar: mejor película y mejor fotografía.

Hablaré sólo de dos términos: Nostalgia, un neologismo, aunque serán pocos los que lo sospechen, y Resusci Anne, nombre de un equipo de reanimación para formación de socorristas, que tiene una historia curiosa. Nostalgia tiene étimos griegos, νόστος ‎(nóstos, vuelta a casa) y ἄλγος (álgos, dolor), pero fue creada por un todavía estudiante de Medicina de Alsacia, Johannes Hofer (1669-1752), en un trabajo médico de 1688. La consideró una enfermedad tratable, que puede ser tan intensa que produzca síntomas psicosomáticos. Se da en personas alejadas de su país de origen: estudiantes de Berna viviendo en otros cantones, sirvientes suizos en Alemania y, sobre todo, soldados suizos mercenarios, que militaban en Francia o Italia. Se reconocieron casos en otros países y recibió el nombre de ‘mal du pays’ en Francia, ‘mal de corazón’ en España, ‘Heimweh’ en AlemaniaSe trataba, en la época, de un diagnóstico estrictamente médico, no emocional.

La nostalgia era un “estado de tristeza, originado por el deseo de retornar a la patria, al país de uno” y fue más tarde el objeto de una tesis que Hofer publicaría en Basilea, en 1745. Los pacientes se desconectan del ambiente en que viven, llegan a confundir el presente y el pasado y pueden sufrir alucinaciones. Otros médicos trataron de encontrar las raíces fisiológicas que explicaran el cuadro. Solían prescribir remedios como purgas, opio, sanguijuelas, etc., aunque afirmaban que lo mejor era volver a la patria. En 1733 un oficial del ejército ruso encontró otro tratamiento: enterró vivo a un soldado que padecía la enfermedad y logró inmediatamente que su regimiento fuera el más sano del ejército, inmune a cualquier enfermedad posible. Siguió la consigna clave de la disciplina militar: que la tropa tema más a sus propios oficiales que al enemigo.

Como me sucede tantas veces, casi no queda tiempo para hablar de Resusci Anne. Resumiré la historia, tomada del doctor Fernando A. Navarro, al que ya cité en este blog. A finales del XIX se encontró en París, en el Sena, el cadáver de una adolescente sin signo alguno de violencia. Se pensó en un suicidio y sus restos mortales permanecieron algún tiempo en la morgue, mientras se buscaba obtener información sobre la víctima. Era una bella  joven en la que perduró tras la muerte una dulce y enigmática sonrisa y a la que nadie reconoció ni reclamó. El suceso tuvo una amplia repercusión en la ciudad, con colas de gente tratando de identificarla. Un modelador hizo una máscara de su rostro, de la que se hicieron copias y un grabado, l’inconnue de la Seine, que se llegó a vender y adornó buhardillas de pintores y bohemios en la ciudad. Se equiparó a la Gioconda y poetas como Rilke, Nabokov y Louis Aragon se refirieron a ella, convirtiéndola en una especie de icono romántico.

Mucho tiempo después, hacia 1958, una empresa de aparatos médicos fabricó el primer equipo para prácticas de reanimación y decidieron que el maniquí tuviera la apariencia de un ahogado real. Utilizaron como modelo a la joven francesa, a la que bautizaron como Anne. El muñeco de ese equipo, de Resusci Anne, ha sido desde entonces el más besado de la historia en el aprendizaje de las maniobras de reanimación. Claro que —opino yo, lector, modestamente— es mucho mejor ser besado en vivo y a lo vivo, que después de muerto y en efigie. No sé si me explico.