5 de septiembre de 2016

Quo usque tandem abutemini, politici, patientia nostra? (I)


Terminó, lector, la tregua de agosto, que duró exactamente un mes. Tenía la idea de escribir sólo entradas amables a mi vuelta y en eso estoy. Pero no tengo más remedio que referirme de nuevo a la situación política, pese a no ser la materia más querida para mi blog. Me excusa el que vivimos tiempos excepcionales, aunque ya señaló Ortega que todos los tiempos parecen tales para aquellos que los viven.
Mi percepción de la clase política, que no era buena, ha empeorado tras la sesión de investidura, que fue más bien de embestidura. No recuerdo haber padecido jamás, con las excepciones pertinentes, tal panda de impotentes, arrogantes y mezquinos sujetos, peligro y amenaza reales para cualquier país. Incluso me pregunto si alguno no estará incurriendo en pautas de conducta francamente delictivas, perseguibles de oficio por la justicia y las leyes. ¿Puede alguien infligir daños tan graves sin responsabilidad? Hablaré sobre todo de los principales líderes e intentaré tomar la cosa con algún humor. El candidato designado por el Rey, lo fue de acuerdo con el resultado de las elecciones: aquel que obtuvo mayor número de votos. Aquí ya surge una elucubración pertinente. Dado que alguien puede obtener más votos (o escaños) que los demás, pero menos que todos los demás juntos —de hecho, eso ocurre en la mayoría de las ocasiones—, es obvio que el derecho a ser elegido no asiste, sin más, al más votado.
Esta circunstancia se da en situaciones muy distintas. La dispersión de votos en contra del más votado puede ser la consecuencia de que partidos con ideologías parecidas se presentaron separadamente a la elección, por las razones que fueran. Estos partidos, a la hora de otorgar la cámara su confianza al candidato, pueden sumar sus votos coherentemente y abortar su nombramiento. A esto debería seguir la designación de otro candidato que aúne los votos de estos partidos compatibles y pueda obtener así la mayoría requerida. Una situación muy distinta se da cuando los menos votados, los perdedores, tienen programas tan diferentes u opuestos, que no permiten augurar una gobernanza normal al conjunto. Obviamente, también hay casos intermedios.
Lo que me importa manifestar es que, a mi juicio, ni ser el más votado supone un derecho per se a ser elegido, ni el de, todos juntos, sobrepasar al candidato en votos otorga automáticamente ese derecho a los coaligados. La democracia no es un sistema perfecto y no tiene soluciones fáciles para todo. Lo de que, pese a ello, sea el más razonable de todos los sistemas políticos, ni hace falta indicarlo aquí. Dicho todo esto, hay que convenir en que, ante la necesidad forzosa de que exista un gobierno —en principio, debe haberlo siempre, continuadamente—, ha de llegarse inevitablemente a una solución negociada. Y con la rapidez necesaria, anteponiendo todos el interés del país y sus ciudadanos a cualquier otro.
El compromiso es, pues, obligado y son los líderes políticos los llamados a configurarlo, lo que requiere en ellos condiciones necesarias y consustanciales a su dedicación a la política. Quien no las tenga debe autoexcluirse, o ser excluido, del juego político. Yo no pienso que estas cualidades estén ausentes en todos los políticos del momento en nuestro país, pero es cierto que nos encontramos con personas concretas que, todas, son valoradas muy pobremente por los ciudadanos, según muestran las encuestas. De hecho, mucha gente, que los conoció, añora los políticos de antaño, los de la transición, por agruparlos de alguna manera. Ya no nos acordamos bien, pero conviene recordar lo difícil que parecía aquello y cómo todos teníamos dudas sobre si podría llegar a buen término. Hubo generosidad, talento, racionalidad, y se llegó. Para que ahora algunos danzantes vengan a menospreciar la hazaña y hablen de enmendarla. No quiero ni imaginar la que podrían organizar en esa tarea. Lo pienso así, muy sinceramente.
Uno de estos ‘viejos políticos’ ha dicho que, en la circunstancia actual, el candidato más votado es también el más ‘vetado’. Quiero decir algo sobre esto, que no es sólo un jeu de mots, y entreverarlo con un poco de humor, como anuncié. Lo dejaré para la próxima entrada; la de hoy me determiné a tejerla cuando, inesperadamente, tras el fracaso de la investidura,en las últimas elecciones, me encontré otra vez en la tele a los líderes de siempre embarcados en su interminable campaña, con sus viejas coletillas y sus estólidos eslóganes, capaces de aburrir a las ovejas. ¿Por qué tengo que aguantarlos en mi casa? ¿Por qué se cuelan tan ineducada y abusivamente en mi sala de estar? ¿Hasta cuándo va a durar esto? Hace casi dos mil cien años, un ocho de noviembre, ante el Senado romano, alguien cuestionaba ya un abuso: Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? Yo también me pregunto, quo usque tandem abutemini, politici, patientia nostra?, ¿hasta cuándo, políticos, vais a seguir abusando de nuestra paciencia? Lo digo yo aquí, pero lo oigo continuamente a todo el mundo; es ya un imparable clamor. En ciertos casos se acompaña de la decisión a no votar jamás. El desastre está listo y todo el mundo lo sabe, excepto los políticos.
(continuará)

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