3 de diciembre de 2015

Sobre la pronunciación inglesa y el 'Great Vowel Shift' (II)


Palabras clave (key words): grafemas, fonemas, alófonos, Great Vowel Shift.

En mi anterior entrada me comprometí a decir algo sobre el Great Vowel Shift y ya es tarde para arrepentirme. Lo siento, porque no es el tema más divertido del mundo y recuerdo que también me comprometí a que mis entradas fueran festivas. Claro que, antes, me había comprometido a tratar cualquier tema interesante procedente de mis lecturas. En fin, compromisos varios, lo que me permite —es la gran ventaja de un blog— hablar de lo que me pete en cada momento.

Lo del Great Vowel Shift, surgió al comentar la caprichosa pronunciación del inglés, que es la más obvia dificultad en su aprendizaje. Nótese, porque es importante, que esto no cuenta a la hora de leer o escribir dicho idioma, una razón más para explicar su papel actual de lingua franca. Lector, si me apuras, te diré que casi no importa en el lenguaje hablado, porque la gente pronuncia el inglés como malamente puede y no pasa nada. Ya entiendo que sería conveniente y finolis hablarlo como un nativo.

En el inglés escrito hay las mismas vocales que en español —los grafemas son los mismos— y ni siquiera hay acentos. Tampoco existen signos especiales, como diéresis, o el francés <œ> de cœur (corazón) o el alemán <ß> de schließen (cerrar). En francés escribimos ‘coeur’, tal cual, y en alemán sustituimos <ß> por <ss> y a vivir. El problema con el inglés es que las mismas vocales se pronuncian de diferentes maneras, sin reglas fijas.

Hay algo más, claro: tienen más sonidos vocálicos que el español, por hablar de nuestra lengua. En español hay sólo cinco fonemas vocálicos, aunque la pronunciación de estos fonemas no sea siempre idéntica. Estas diferencias, por la posición en la sílaba, en la palabra, etc. (los alófonos) hacen que, en realidad, haya más de un sonido para cada vocal. Sin embargos, estos alófonos se consideran el mismo fonema.

En inglés hay doce sonidos vocálicos diferentes (monoptongos). Añadiendo ocho diptongos y cinco triptongos se tienen hasta 25 fonemas vocálicos. Cada uno tiene un símbolo y el conjunto forma parte del llamado International Phonetic Alphabet (IPA). Estas vocales se clasifican por la elevación de la lengua en la boca (alta, media, baja) al  emitir el sonido; por su posición (delante, centro, atrás); por la abertura de los labios (redondeada, extendida) y la duración del sonido (largo, breve). Todo esto es una simplificación, no todos los fonólogos coinciden… No caben aquí más precisiones. Sólo un sencillo experimento, lector: pronuncia la vocal /a/ unos segundos y pon tu dedo índice sobre la lengua sin tocarla. Di después /e/, /i/. La lengua empujará tu dedo hacia arriba.

  El Great Vowel Shift, término acuñado por el lingüista danés Otto Jespersen, fue un cambio que afectó a las vocales largas durante los siglos XV y XVI, especialmente en el sur de Inglaterra, y conduce desde el llamado por los filólogos Inglés Medio al Inglés Moderno. Básicamente consistió en que las vocales empezaron a pronunciarse con la lengua más elevada. Fenómenos parecidos se han dado en otras lenguas, como el alemán y el holandés, y siguen ocurriendo incluso ahora. Pero en estas lenguas, la variación fonética se acompañó, más o menos concertadamente, de la variación en el deletreo de las palabras, cosa que no ocurrió en Inglaterra. El Great Vowel Shift no se acompañó de un Great Spelling Shift, por decirlo así.

No está muy claro por qué. Algunos lo atribuyen a la introducción de la imprenta. Antes de esto, el deletreo de las voces dependía del copista y no había un canon rígido para el mismo. Con el advenimiento de la imprenta en Inglaterra (William Caxton, 1476), los impresores trataron de fijar un patrón de deletreo, sin tener en cuenta los cambios que estaban ocurriendo en la pronunciación. El gran número de obras ya impresas y la aparición de una población alfabetizada, constituyó un freno, una barrera, a la hora de cambiar una ortografía ya establecida. Esto sí ocurrió en otras lenguas, en las que se adecuó el deletreo de los vocablos a su pronunciación real.

1 de diciembre de 2015

Sobre la pronunciación inglesa y el 'Great Vowel Shift' (I)


Palabras clave (key words): Sonidos vocales ingleses, Great Vowel Shift

Ya hablé en este blog del ‘imposible’ arte de traducir en el ámbito literario. En el científico parece menos imposible, aunque presenta otras dificultades y exige saberes técnicos complejos. En la oralidad hay términos que pueden emboscarse y hacerse irreconocibles. En la columna (aquí) de un diario médico, leo sobre palabras inglesas que se escriben como en español, o casi, pero se pronuncian diferentemente. Escojo sólo dos: cyanosis y enema, con la pronunciación aproximada que se propone, saianousis y énima. Con buen sentido, el autor no recurre a los signos del International Phonetic Alphabet (IPA) u otros algo más sencillos, como los del diccionario Merriam-Webster.

Abundando en lo mismo, recuerdo mi desconcierto cuando, hablando sobre la India con un inglés, se refirió a los ‘paraias’ y yo puse la cara de tonto que tan bien me queda. Siendo voz importada, al pronto no caí en que nuestro “paria” (o pariah) podría pronunciarse en inglés de otra manera. Hasta que me di cuenta. Lo mismo puede ocurrir con expresiones nuevas, abreviaciones, etc. Por ejemplo, el tan común término ‘wi-fi’, en inglés lo pronuncian ‘wai-fai’. Hay más, hasta la mismísima palabra se pronuncia diferentemente en ocasiones. Houston, varía en su pronunciación según nos refiramos a la ciudad de Texas o a la calle de ese nombre de Nueva York.

El tema de la caprichosa pronunciación del inglés me interesó siempre, porque es la única dificultad seria en el aprendizaje de dicha lengua, que tiene, como todo el mundo sabe, una gramática bastante facilona. En español, como en swahili o finlandés, la correspondencia entre ortografía y pronunciación es muy estricta. No ocurre lo mismo con el inglés, donde la grafía no determina inequívocamente la pronunciación. Me animo a escribir un poco sobre todo esto, también porque se da la circunstancia de que conozco al autor de la columna que he mencionado, un traductor científico que está haciendo una gran labor, con interesantes ideas y propuestas que rebasan lo que es la mera traducción. Se trata de Fernando A. Navarro, médico (Universidad de Salamanca, 1986, Premio Extraordinario), dedicado a esa labor desde 1993. De su muy amplio currículum, sólo señalaré que es vocal de la comisión de traducciones de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (Nueva York) y miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores.

Ingresó en dicha asociación en octubre de 1999, siendo yo entonces Secretario General. En una de mis cartas a los socios, escribí al poco tiempo: Nadie que esté interesado en por qué escriben los médicos debió faltar al discurso de ingreso del doctor Navarro. Los que no vinieron, se equivocaron; así de simple. Fue muy interesante. Pero fue algo más: un discurso trabajado, hecho con cariño —estas cosas se notan—, denso y eso que en inglés se designa como thought-provoking. En español se diría ‘que hace pensar’ y bien sabe Dios que quiere decir lo mismo. Lo escribo en inglés por puro mimetismo, ya que el doctor Navarro usó en su conferencia múltiples lenguas. Se veían las diversas columnas de fuego sobre su cabeza; fue muy bonito.

Me recordó aquel médico judío de Córdoba, del siglo X, “que hablaba todos los idiomas conocidos y había inventado una sustancia que curaba todas las enfermedades”. Se llamaba Hasday ibn Shaprut. Pues bien, en cuanto a lo primero, también los habla el doctor Navarro. Y en cuanto a lo segundo, están en ello en la empresa farmacéutica en que trabaja, en Basel.

Ahora vive en España y la última vez que lo vi fue en la presentación de su libro, Medicina en español, en la RAE. En otro momento, el doctor Navarro especula sobre la comunicación entre el médico y el enfermo y comenta que puede hacerse difícil, por no adecuar el médico su vocabulario al nivel cultural del enfermo. Un personaje de una novela corta mía, D. Romualdo, preguntaba al paciente si su dolor era transfixivo. Sobre este extremo y sobre el Great Vowel Shift escribiré en las dos próximas entradas.