23 de julio de 2015

De la sabiduría y los años


Palabras clave (key words): sabiduría y edad, Sinesio de Rodas, Basílides, Palas Atenea.

Los años traen la sabiduría, eso no lo discute nadie. Tampoco lo afirma nadie muy tajante y probadamente, esa es la verdad. O sea que, como tantas veces, hay opiniones divididas al respecto. Algunos arguyen que los años podrían traer menos sapiencia y afectar menos a la próstata, por ejemplo; muchos hombres aceptarían esta componenda. Es que vivimos en un mundo imperfecto, diseñado quizá con prisas. Eso lo he pensado siempre, pero lo sé muy bien ahora, desde anteayer. Lo que me sucedió ese día me obliga a intervenir en este debate, porque dispongo de tiempo, como casi siempre en mi vida, y porque ahora puedo aportar pruebas incontrovertibles.

Estaba yo comiendo un bocadillo de panceta —siendo un decidido admirador de todos los productos del cerdo— y en pleno deleite prandial me vino a la memoria Sinesio de Rodas, filósofo y obispo de fines del siglo IV y principios del V, al que conozco vagamente a través del escritor mejicano Juan José Arreola, que lo encontró casi perdido en las páginas de la Patrología graeca, de Jacques Paul Migne. Sinesio aceptaba el Paraíso tal como lo habían concebido los Padres de la Iglesia, pero despoblado de ángeles, ya que sostenía que estos residen en la Tierra, junto a nosotros, y son los encargados de recibir nuestras plegarias y administrar las contingencias humanas. Admitía también la presencia de demonios, que tratan de sabotear las acciones de los ángeles. También recordé a Basílides, un gnóstico más conocido, que vivió en la Alejandría del siglo II y sostenía que el Dios Supremo creó 365 cielos y los ángeles del más bajo fueron los que hicieron la Tierra, gobernados por un Demiurgo subalterno. Esto explicaría muchas de las fallas de nuestro mundo.

Estaba yo reinando sobre estos temas —lector, mira el DRAE, segunda acepción de reinar—, cuando se me presentó de improviso la mismísima Palas Atenea, que surgió, como se sabe, armada y pertrechada de la frente de Zeus. Medía más de dos metros y apareció con casco, égida, escudo argólico y lanza, y afirmo que, al pronto, acongoja lo suyo. Yo, por ser algo pequeño, gusto de las mujeres grandes — y de las pequeñas también, y me enorgullezco de ello, que no van a ser sólo los gays los que anden por ahí presumiendo—, pero sé que esta bella diosa tiene a gala su virginidad y, aunque se la adivinaba tentadora a través del peplo, ni se me ocurrió buscarle la entrepierna.

Palas me miró sonriente y me dijo: “Desde hoy eres sabio”. Lo hacía todo con gran fruición y se veía que experimentaba gran placer en el cumplimiento de su misión. Por eso permanece virgen y no necesita más emociones. Como en éxtasis amoroso, me otorgó el preciado don del conocimiento y me apoyó la lanza sobre el hombro izquierdo. Y, como pasa con las mujeres corrientes, que pueden ser algo agresivas en la sacudida erótica, según atestiguan los entendidos, me pegó un golpe más fuerte de lo necesario y todavía me duele. A cambio, ya soy sabio. Supongo que a otros viejos les habrá pasado lo mismo. Y si no, les pasará, porque es una ceremonia indispensable; nadie es sabio sin ella y siempre es la diosa Palas la encargada del trámite.

Desde que adquirí esta nueva acuidad mental, desde anteayer, sé por qué he tenido siempre tiempo en mi vida: porque no he sido ambicioso, no he sido demasiado sensible a las vanidades. Al final de mi novela, Las increíbles vidas de Roberto Milfuegos, un personaje piensa: “Le resultaba imposible luchar contra esa inclinación, que le había acompañado inalterable desde que podía recordar, desde que tuvo uso de razón: despedirse secreta, velada y solitariamente del mundo. De un mundo que nunca llegó a interesarle, a ofuscarle, a engañarle del todo”. Podría ser yo.

Desde este estado nuevo, desde esta sabiduría recién estrenada, certifico que los años traen la sabiduría, pero siempre a través del rito apropiado y no a todos. A mí me llegó, ya digo, anteayer.

21 de julio de 2015

De la bendita España, de sus avatares (fin)


Palabras clave (key words): silogismos, modos, errores, sofismas, secesionismos, ubetenses.

Queridos lectores, tengo que pediros perdón: soy un malqueda, no cumplo mis compromisos. Había prometido dejar los temas de actualidad, me había despedido de los enojosos asuntos del día a día, y resulta que hoy voy a continuar con ellos. Sólo tengo la disculpa de que lo hago ex necessitate rei, como decían los latinos, porque lo pide la materia, por pura necesidad de la cosa.

Hablé en mi entrada anterior de los políticos, del secesionismo catalán, etc. y, con toda seguridad, no dije nada extraordinario o excesivamente original. El que algo no sea extraordinario no excluye que sea verdadero. Si alguien afirma que la Tierra gira alrededor del Sol —o al revés, que no recuerdo bien ahora— no dice nada nuevo o inusual, pero dice la verdad.

 Los tontuelos me sacan de quicio. Ahora resulta que uno de esos jóvenes políticos de ahora no quiere saber nada de los antiguos dirigentes de Izquierda Unida. El partido comunista de Madrid tenía, no sé si todavía, un piso cerca de mi casa en el que vivieron, sucesivamente, Julio Anguita y Gerardo Iglesias. Al primero lo vi alguna vez haciendo footing suave, tras su infarto de miocardio; con el segundo me crucé alguna vez. Anguita es una persona culta y amable. Gerardo Iglesias ha sido el más honrado y ascético de todos los comunistas que han ocupado puestos directivos.

El título de la entrada viene de lo que cualquiera podría decir frente a las soflamas, roncerías y sofismas de los soberanistas catalanes: Nego majorem, ergo nego consequentiam (Niego la mayor y por tanto la conclusión). En los silogismos hay dos premisas, mayor y menor, y de su trabazón lógica deriva la conclusión. Esto ya estaba en Aristóteles, pero los escolásticos medievales hilaron muy fino y distinguieron 19 modos correctos, de los 64 posibles, al integrar en estos silogismos cuatro tipos de proposiciones: dos generales, A y E (afirmativa y negativa) y dos particulares, I y O (afirmativa y negativa). ¿Se acuerda alguien de aquellas extrañas y misteriosas palabras del bachillerato: Bárbara, Celarent, Darii y Ferio? Complicado, ¿verdad? Lo dejo ya.

Si digo Todos los hombres son inmortales, Pedro es un hombre, luego Pedro es inmortal, el encadenamiento lógico es perfecto, pero la conclusión es falsa, porque lo es la premisa mayor. Alguien podría argüir entonces: Nego majorem… Y eso es lo que ocurre con los secesionistas catalanes, aunque no se trate aquí de silogismos en sentido estricto —muchos razonamientos son fácilmente convertibles en silogismos—. No votar el sí es votar contra Cataluña. Niego la mayor. Arriba a la derecha, en un mapa de España, hay un país, ese es el problema, dice otro, sin más explicaciones y como descubriendo la piedra filosofal. Niego la mayor y digo que también arriba, a la izquierda, está Galicia. Son dos territorios, dos tierras entrañables para la mayoría de los españoles. No votar el sí es dejar a Cataluña en una vía muerta. Niego la mayor. Madrid nos roba. Niego la mayor. O incluso, si Madrid roba, que se aclare el tema y se devuelva urgentemente lo robado. Los españoles no nos quieren, nos humillan constantemente. Niego la mayor. Recurrimos a procedimientos anormales porque no estamos en un país normal, dice un recién llegado al barullo, como si lo normal en otros países fuera estar continuamente votando secesiones que rompan su integridad. Al contrario, creo que muchos gobiernos extranjeros quizá no fueran tan pacientes.

Preferiría que fueran más claros, que dijeran que les conviene independizarse por razones mercantiles y no trataran de justificarlo con sofismas fácilmente rebatibles. No puedo dejar de pensar lo que hubiera podido ser este país nuestro, España, sin los terribles problemas que hemos tenido, que tenemos, con los separatismos.

No estoy en ninguna red social, pero algunas de mis entradas sé que circulan por ellas y allí he tenido comentarios cariñosos de mis paisanos ubetenses, que agradezco. Alguno se lamenta de no tener más fácil acceso a mis escritos. He hecho casi todo lo razonable para que fueran más conocidos en Úbeda, pero con poco éxito.

20 de julio de 2015

De la bendita España, de sus avatares


Palabras clave (key words): bendita España, políticos, frailes, monjas, Artur Mas, Martín de Riquer.

Llegó el estío, como era forzoso, y empezó bravío y se pasó con las temperaturas. Huyendo de esta desconsiderada ola de calor, he estado unos días en el norte de España, para comprobar otra vez la variedad y belleza de nuestra tierra. Mis amigos extranjeros, cuando me visitan, la llaman God blessed country (país bendito por Dios). Para comprender, cada vez menos, el deseo de fracturarla, de amputarla, sin necesidad objetiva alguna.

Prometí para este verano entradas alegres y festivas. En los momentos actuales no son las primeras que me vienen a la cabeza, pero trataré de cumplir mi palabra. Pocas situaciones tan propicias al desánimo como la actual. Resulta imposible no referirse a los políticos, aunque siempre he sostenido que, en democracia, la crítica a estos se transfiere automáticamente a los ciudadanos que los eligen. Esto, claro está, en una democracia perfecta, que no existe en ningún país. Los poderes fácticos —los factores que juegan un papel incontrolable y torvo en la dinámica social— son capaces de influir en el cuerpo electoral y llevarle a caminos erróneos y a elecciones impuras.

Los nuevos políticos no tienen nada que envidiar a los antiguos. Los veo enzarzados en el mismo afán turbio de poder, en las viejas maquinaciones de siempre. Una valenciana, desde que su grupo ganó, con otros, las elecciones, no ha cesado de aparecer en la TV con una sonrisa de oreja a oreja imperecedera, de éxtasis continuo, como señal de haber llegado a algún tipo de paraíso personal. Otros no dejan de insultar a los oponentes y de ofrecer recetas envejecidas hace siglos. Todos proclaman la posibilidad y urgencia de alcanzar la felicidad total, pero no dan la fórmula. Se pasan de un grupo a otro, hacen y deshacen alianzas y componendas, etc., a vertiginosa velocidad.

Algunos son jóvenes cronológicamente, no por sus ideas o proyectos. Jamás montaría en un avión que fuera pilotado por ellos, no les entregaría nunca un pleito por sencillo que fuese. Si tuviera que ser operado y me los encontrara, todavía despierto, en el quirófano, saltaría de la camilla y no pararía de correr hasta alejarme a muchos kilómetros del hospital.

 Hay antiguos frailes, que hablan todavía con la parsimonia y melifluidad del claustro. Monjas de aquellas que Santa Teresa proclamó capaces de deshacer, una sola, el convento entero. Gentes que, casi ochenta años después de nuestra guerra civil, andan en iniciativas a veces comprensibles y otras con el tufo de una inextinguible ansia de venganza. Con la que está cayendo, se preocupan por cambiar nombres de calles y condenar al olvido a cualquiera relacionado con los vencedores de aquella barbarie de todos. Nuestro cerebro tiende a desterrar los recuerdos lúgubres del pasado y conservar los felices. Lo que es bueno para el individuo es bueno también para los pueblos.

Del independentismo catalán, ¿qué decir? Se hace tras décadas de adoctrinamiento intensivo, según parece; sin ninguna exigencia de mayoría cualificada; con promesas que nadie trata de demostrar; ignorando que los sentimientos de los pueblos son, como en cualquier materia viva, cambiantes en su expresión, su intensidad, sus propuestas de solución. Bueno, más bien conscientes de ello, de que la realidad es cambiante, pero tratando de aprovechar, hic et nunc, la que parece por el momento favorecedora.

Frente a ese secesionismo, tengo una discrepancia incluso estética. Cuando veo a sus oficiantes, no entiendo que puedan arrastrar a personas de una mínima exigencia intelectual. El señor Mas, enamorador involuntario de monjas, cada vez me parece más vacuo, frívolo y revestido de cierta majeza goyesca. Junto al rey pierde aún más y adquiere aire de villano de farsa. Creo, honradamente, que debería evitar situarse a su lado, para no arruinar el prestigio que pueda tener para algunos. Si al frente del catalanismo hubiera alguien como mi admirado, adorado, copiado, llorado Martín de Riquer Morera, conde de Casa Dávalos, profundo conocedor de la lírica provenzal, capaz quizá de instaurar una corte de trovadores en la Cataluña, lo vería tal vez de otra forma.

Tierra bendita de Dios esta España, ya digo, ya lo dicen mis amigos extranjeros. Pero plagada de mascalzoni, de coquins, de balourdise, de lapalissades… de vulgaridad. Como tantas otras. O algo más. De verdad, no lo sé con total seguridad.

Es mi despedida de los temas de actualidad. Empieza ya el cogollo veraniego (de Virgen a Virgen) y lo dedicaré a contar otras cosas.