10 de abril de 2015

Úbeda y el San Juan Bautista niño de Miguel Ángel (fin)


Palabras clave (key words): Francesco Caglioti, Condivi, Vasari, Zöllner, Fundación Medinaceli.

¿Por qué escribo todo esto? Por varias razones: Porque me agrada pensar que, hace casi veinte años, andaba ya interesado en lo que ahora resulta una espléndida realidad. Porque mi carta fue sencilla y directa y obtuvo una educada, informativa y agradecida respuesta, contando que ya estaban los restos de la estatua en Florencia, cosa que yo ignoraba. Porque me parece un ejemplo de esa fructífera comunicación en materias de arte o ciencia, que es consustancial con el mundo científico. Por último, porque me sirve para resaltar una constatación: la gente educada contesta siempre las cartas. Y yo sé muy bien por qué lo digo.

En materia de arte puede haber dudas, es muy corriente. El principal valedor de la autoría de Miguel Ángel en el San Juanito ubetense es Francesco Caglioti, profesor de Historia del Arte Moderno en la Universidad de Nápoles. La obra habría sido esculpida cuando el artista tenía sólo veinte años, en 1495, por encargo de Lorenzo di Pierfrancesco de’ Medici, primo segundo (biscugino) de Lorenzo el Magnífico. Ascanio Condivi lo dice claramente (al quale, Michelagnolo haveva fatto un San Giovannino) en su Vita de Michelangelo Buonarroti, de 1553, redactada bajo la supervisión del maestro (quizá hasta dictada por él). Igual ocurre en la segunda edición de las Vite de’ più…, de Giorgio Vasari, de 1568. Caglioti ha encontrado pruebas indiciarias, en el Archivo Estatal de Florencia, de un San Giovannino regalado en 1537 a Francisco de los Cobos, cultísimo Secretario del emperador Carlos V y personaje clave de su diplomacia. 

La obra se daba por perdida, pero a partir del 1800 se renovaron los intentos para encontrarla. Se pensó que podía estar en un museo de Berlín; luego la candidata fue una escultura de la Pierpont Morgan Library de Nueva York. O alguna de las estatuas de San Giovanni dei Fiorentini, en Roma, o una del Museo Bargello en Florencia, u otra de la National Gallery de Washington. Todas fueron finalmente descartadas.

En cuanto a la de Úbeda, postulada como de Miguel Ángel por Manuel Gómez Moreno desde 1930, Roberto Longhi, historiador de arte italiano de gran renombre, dijo que “era una obra de baja calidad”. Sin embargo, la Fundación Medinaceli, propietaria de los restos, los envió al laboratorio ya citado de Florencia, en 1995. Y allí estuvieron hasta que en el 2011 se aplicó la tecnología apropiada para intentar la ‘reconstitución’ de la estatua, de la que faltaba el 60 % del total, con fotos de los años treinta, cuando estaba intacta, y el empleo de técnicas de escaneo digital tridimensional. El laborioso proceso culminó en sólo ocho meses. Con la misma técnica que se propuso en 2009 para realizar una copia del Cupido descubierto por  Brandt, que lo reemplazara en el edificio de los Servicios Culturales de Francia, tras llegar a un acuerdo con el Metropolitan para albergar el original durante diez años. Allí está ahora, alojado en el patio Vélez Blanco, llamado así porque sus ornamentos arquitectónicos proceden del castillo cercano al pueblo español del mismo nombre, llegados al Met en 1964.

En la presentación de Caglioti sobre el tema, leo que fue aplaudido como una prima donna en la Scala. Carmen Bambach, conservadora del Metropolitano de Nueva York, habló de un gran descubrimiento. Frank Zöllner, autor de un catálogo de las obras de Miguel Ángel, critica la factura de los ojos y boca, incluso de las uñas de las manos y pies (ex ungue leonem, podría decirse aquí). Y además  arguye: ¿Cómo es posible que los documentos del Archivo florentino no mencionen nunca el nombre del autor, el más notorio artista italiano viviente. Argote tampoco lo hizo, pero esto es más entendible. Leo en la Biografía de Úbeda, de Juan Pasquau, que Alfredo Cazabán, en un artículo de 1914, atribuyó la obra a Benvenuto Cellini.

Quedan mil cosas en el tintero, pero me detengo aquí. No es este el lugar apropiado para desarrollarlas. Pronto, el San Juanito, aquel del que nos hablaban de niños y que nunca vimos, podrá ser contemplado por fin en Úbeda. ¡Enhorabuena!

Incluyo algunas fotos: el Cupido de New York, Mr. Draper y el Cupido en el Met, vista de la Metropolitan Opera House, el San Juanito intacto y el reconstituido en Florencia.
 




 

8 de abril de 2015

Úbeda y el San Juan Bautista niño de Miguel Ángel (III)


Palabras clave (keywords): Philippe Montebello, Gómez Moreno, James. D. Draper.

Revenons à nos moutons! (volvamos a lo nuestro), que dicen los franceses, que me desvié de mi narración. Lo sé y digo que escribo este blog para perderme cuando me lo pida el corazón y que, si no fuera así, lo abandonaría de inmediato. Lector, ¿cuál es la prisa? Si eres joven, tienes mucho tiempo por delante. Y si eres viejo, ya todo da igual, no puedes hacer nada. ¡Qué más da, entonces! Yo cuento mis recuerdos y trato de hacerlos amenos. Ahora, para continuar con mi hilo —que existe, créeme— te diré que, cuando apareció el Cupido neoyorquino, me acordé enseguida de mi San Juanito, de mi niñez en Úbeda. Y por eso escribí al Director del Metropolitan, para que supiera que existimos, que a veces en Nueva York, con ser Nueva York, no se enteran de nada. Y él comprendió, en un santiamén, que los ubetenses somos alguien, que Dios nos puso en el mundo por algo, y dio mi carta a la persona adecuada para responderla, a James David Draper, que me contestó raudamente. Es así como se hacen las cosas.

Mi carta al Sr. Montebello, la doy ya traducida y abreviada:

En Úbeda, provincia de  Jaén, España, existió, documentada desde al menos 1570, una escultura en mármol de Carrara de San Juan Bautista, de niño, presentada al emperador Carlos V (Carlos I de España) por el Senado veneciano. La estatua llegó a la ciudad a través de Francisco de los Cobos, Secretario del emperador, nacido en Úbeda y fundador de la iglesia en donde se guardó la escultura.

En 1930, Manuel Gómez Moreno, en un artículo escrito en “Archivo Español de Arte y Arqueología, 17:189-97”, atribuyó por primera vez la obra a Miguel Ángel, basado en sus características y en referencias de Vasari y Condivi, quienes escribieron que Miguel Ángel, tras retornar a Florencia desde Bolonia, en 1495, cuando tenía veinte años, hizo un San Juan Bautista niño, para Lorenzo di Medici.

Soy médico, no un experto en arte, y le envío esta información, asumiendo que quizá alguno de estos datos no son universalmente conocidos. El descubrimiento de la Dra. Kathleen Brandt me ha impulsado a hacerlo, ya que las dos estatuas, si están adscritas correctamente, habrían sido esculpidas más o menos al mismo tiempo y sería interesante compararlas.

La escultura de Úbeda fue destruida durante la guerra civil española (1936-39) y sólo puedo enviarle una fotografía, en la que ciertos detalles pueden a pesar de todo observarse. Etc., etc. Fecha de la carta: 20 de marzo, 1996.

Mencionaba yo como donante al Senado veneciano, porque así lo vi en Nobleza de Andalucía, de Argote de Molina. Por cierto que allí se dice que la estatua es de alabastro y no se menciona al Buonarroti como autor; sólo se afirma que es “joya de excelente escultura”. La contestación a esta carta fue (traduzco y abrevio): 

El tema de su carta me interesa personalmente. Siempre pensé que la idea de Gómez Moreno era acertada. Me entero de que el San Juanito no fue enteramente destruido, sino que quedan muchos fragmentos que están siendo estudiados ya mismo en Florencia. Espero verlos pronto y si son prometedores podríamos tratar de pedirlos en préstamo. Muchas gracias por su interés y su cortesía al solicitar nuestra atención. Verdaderamente suyo, James David Draper, Henry R. Kravis Curator, European  Sculpture and Decorative Arts. Fecha de la carta: 28 de marzo, 1996.

Queda aún tarea en el telar, que espero terminar en mi próxima entrada.

(continuará)

6 de abril de 2015

Úbeda y el San Juan Bautista niño de Miguel Ángel (II)


Palabras clave (key words): Kathleen W. Brandt, Cupido, Metropolitan Opera House.

Se contaba en Newsweek que un Cupido había sido descubierto, hacía ya unos meses, por Kathleen Weil-Garris Brandt, profesora en el Institute of Fine Arts, de la Universidad de Nueva York, y especialista en el Renacimiento. Era de noche y se daba una fiesta en la sede de los Servicios Culturales de la Embajada Francesa, un edificio de 1902, del arquitecto Sanford White, en el 972 de la Quinta Avenida, entre las calles 78 y 79. La casa resplandecía de luz y, seguramente, Kathleen se fijó en ella un poco más que de ordinario, para ver cómo iban vestidas las señoras, si había algún hombre de esos que merecen la pena, etc. Pero lo que captó su atención fue una estatua, en la que no había reparado antes, pese a andar a menudo por allí, ya que el Institute of Fine Arts está justamente en la casa contigua a la de la fiesta. El Metropolitan Museum of Art es el número 1000 de la famosa avenida, desde la calle  80 a la 84. Todo muy cerca.

Brandt la atribuyó enseguida a Miguel Ángel. Tal adscripción tiene antecedentes más antiguos: Stefano Bardini tuvo ya la misma idea, en 1902, al confeccionar el catálogo para una subasta de Christie, aunque allí este Cupido apareció finalmente como un Hércules niño “de la escuela de Miguel Ángel”. No se vendió en la puja y fue luego adquirido por Stanford White, para colocarla en la rotonda de acceso al lujoso edificio que había construido para la familia Payne Whitney, el ya citado de la Quinta Avenida, comprado medio siglo más tarde, en 1952, por el Gobierno francés. Allí estuvo el Cupido sin moverse ni molestar a nadie más de noventa años.

Hasta que ‘se le apareció’ a Brandt en octubre de 1995. Para atribuirla a Miguel Ángel se apoyó en que Ascanio Condivi y Giorgio Vasari —italianos que escriben en el siglo XVI, de los que hablaré más tarde— mencionan un Cupido de este escultor, hecho en Florencia para Lorenzo di Pierfrancesco de’ Medici, hacia 1495 (de hecho, Vasari nombra otro más, encargado en Roma por Messer Jacobo Galli). La adjudicación de Brandt está lejos de ser reconocida por todos. Paul Joannides, profesor de Cambridge está a favor, pero otros expertos no lo están, como Leo Steinberg, Creighton Gilbert and James Beck. No me demoraré en esto y sólo repararé en James David Draper, Curator (conservador) del Departamento de Escultura y Artes Decorativas Europeas, del Metropolitian Museum of Art, de Nueva York, ardiente defensor —al principio, parece que luego moderó su entusiasmo— de la tesis de Brandt y Jean-René Laborit, Curator de Escultura del Museo del Louvre, que estuvo en contra.

Me fijo en estos dos nombres por darse la circunstancia de que los dos han sido conservadores de museos importantes y, sobre todo, porque fue James D. Draper quien contestó a mi carta al Director del Met. Empleo esta abreviatura, consciente de que también puede designar la Metropolitan Opera House, lo que trae a mi memoria —y perdón por la, para mí obligada, digresión— aquella Old Met de Broadway y la calle 39, que se inauguró en 1883 y fue derribada en enero de 1967. Vivía yo entonces —en 1967, no en 1883— en Nueva York y había asistido a alguna representación allí.

Guardo devotamente una colección de tres vinilos, Opening Nights at the Met, con grabaciones de primeras noches de ópera; la más antigua una Gioconda, de Ponchieli, de 1905. Y también una auténtica reliquia: a unique segment of the great gold curtain from the Met (un trozo del gran telón dorado del Met), del tamaño de una cajetilla de tabaco. Lector, lo tengo todo delante de mí ahora y me asalta la malencolía (está en el DRAE) y una leve tristeza muy dulce. Porque doy gracias a los dioses, incluyendo a aquellos paganos que vi desde niño en el intradós de la puerta de entrada a la Capilla del Salvador, en donde estuvo durante siglos el San Juanito intacto, que me fueron tan propicios, más de lo que pude merecer nunca. Cuento más en mi próxima entrada.

(continuará)