21 de febrero de 2015

Masterchefs de los siglos XIV y XV (I)


Palabras clave (key words): Ferran Adrià, Les Rocquevillard, Jean de Belleville.

En alguna de mis entradas quizá parecí algo crítico respecto a la alianza de los placeres gastronómicos e intelectuales, que postula y propugna Ferran Adrià. Nada más alejado de mis convicciones. De hecho, reconozco que, entre dedicarse a desliar algunos pensamientos enmarañados, tras ingerir una Delikatesse del famoso chef, o hacerlo tras comer una buena fabada, hay diferencias sustanciales: mucho más funcional y efectivo lo primero. Claro, se me puede argüir, que también uno puede atacar resueltamente la fabada y dejar lo de pensar para mejor ocasión, lo cual es perfectamente lícito.

Me refiero al tema, porque acabo de leer otro de esos libros antiguos que me interesan por muchas razones, Les Rocquevillard, de Henry Bordeaux, 1906, encontrado en una librería de viejo. Bordeaux, nacido en la Haute-Savoie, ejerció como abogado durante toda su vida y fue elegido miembro de la Academia Francesa en 1919. No es un libro como para recomendar ahora, aunque, como suele suceder en estos casos, se encuentran en él detalles curiosos, difíciles de hallar en obras modernas. El azar ha hecho que encuentre allí una referencia a un famoso cocinero de principios del siglo XV, Jean de Belleville (no confundir con su coetánea Jeanne de Belleville, la ‘tigresa bretona’).

En la novela, ambientada a finales del siglo XIX, un noble, llamado M. de la Mortellerie, cuenta al protagonista —en realidad el protagonismo recae en toda una familia— que, en la recepción que Amadeo VIII de Savoya ofreció al emperador Segismundo el 14 de febrero de 1416, se dio un banquete “dressé par Jean de Belleville, l’inventeur du gâteau de Savoie. Les viandes étaient dorées, chargées d’ornements et de banderoles aux armes des convives et chacun recevait les mets qui lui étaient destines en portion simple, double ou triple suivant son rang. Il faut manger, non pas selon son appétit, mais selon son importance” (servido por Jean de Belleville, inventor del pastel de Saboya. Las viandas eran doradas, cargadas de ornamentos y banderolas con las armas de los comensales y cada uno recibía los platos que le estaban destinados, en porción simple, doble o triple, según su rango. Hay que comer, no según el apetito, sino según la importancia).

Estoy casi seguro de que algunas de estas ideas podrían serle útiles al señor Adrià en sus happenings. Cualquier especialista en heráldica, en un momento, puede informar sobre las armas y banderas de los comensales y una rápida consulta al Who’s who permite conocer su categoría de ministro, subsecretario o simple director general, para proceder en consecuencia al repartir las porciones.

Quise saber más de este Masterchef del siglo XV. No fue fácil, pero encontré un libro, publicado en Chambéry en 1861 y escrito por Gabriel de Mortillet, Guide de l’étranger dans les départements de la Savoie et la Haute-Savoie, con el siguiente texto: C'est dans le val de Belleville que naquit Jean de Belleville, cuisinier du Comte-Vert, de 1348 à 1367, qui s'est immortalisé en inventant le gâteau de Savoie (Fue en el valle de Belleville donde nació Jean de Belleville, cocinero del Conde Verde, de 1348 a 1367, que se inmortalizó por inventar el pastel de Saboya). ¿Pudo servir este chef el banquete mencionado, en el año 1416, o hay un error de Bordeaux o de Mortillet?

Lector, pretendía que esta entrada fuera breve y no lo logro. Te gustará, como a mí, saber algo más del cocinero, del Conde Verde, la receta del pastel de Saboya, la tigresa bretona, etc. Piensa que, tras el banquete, Amadeo VIII fue hecho duque y luego antipapa. Todo te será desvelado, si lees una próxima entrada que tendré que escribir.

(continuará)

17 de febrero de 2015

Eterna lucha entre animales inocentes


Palabras clave (key words): De Goupil à Margot, luchas animales, relato Juicio final.

He hablado algo del escritor francés Louis Pergaud y tomé una historia de su libro De Goupil à Margot. Me siento obligado a escribir un poco más sobre todo esto.

Hacia el siglo XII, la antigua palabra francesa ‘goupil’ —derivada de la latina vulpécula, diminutivo de vulpes— era la que designaba al animal que hoy se llama en francés moderno renard, zorro en español. El libro de Pergaud, cazador e hijo de cazadores, nacido y criado en un ambiente rural y conocedor profundo de la naturaleza, del bosque y de los animales que lo pueblan, narra la vida y los avatares de estos, a los que dota de rasgos antropomórficos, muy capaces de suscitar empatía en el lector.

También hay lugar para la fantasía y hasta para el capricho en las historias que lo componen: desde un zorro al que un cazador bromista le ata, después de cazarlo en una trampa, un cascabel al cuello, con lo que le resulta casi imposible cazar y casi enloquece, hasta una urraca, encerrada en una jaula en una taberna, a la que los clientes hacen beber alcohol y emborracharse. En un episodio de ebriedad hace caer una lámpara y muere abrasada viva. Es el más triste y cruel de todos los relatos.

Los animales expresan sentimientos semejantes a los humanos, de manera que se llega fácilmente a compartir sus temores y sus angustias. Son víctimas de otros animales y, por supuesto, de uno singularmente sanguinario: el hombre. Hay un topo, sujeto a un apareamiento necesario y brutal; una comadreja cogida en una trampa que logra liberarse, dejándose parte de sus patas anteriores en el cepo, y que al final muere al ser atrapada por un aguilucho, al que también es capaz de matar mientras se la lleva volando: los dos animales caen a tierra heridos de muerte. Está también la liebre Russard, que es atacada por una legión de conejos; la ardilla Guerriot, víctima de un cazador; la rana tragada por una culebra y que se libra cuando esta es atacada por un cernícalo… En fin, un libro de amor a la naturaleza y bella prosa, lleno de horrores y zozobras, que el autor sabe trasladar muy eficazmente desde los animales al hombre. Ya dije que fue premio Goncourt.

Tengo bastantes cosas escritas y he hurgado con mi pluma muchos aspectos de la realidad y los sueños. En un antiguo relato mío, de título El gran juicio, me refiero a esta lucha incesante por la supervivencia entre muchas especies animales, en el marco de un imaginado juicio final: “De repente, un grito de dolor agudísimo, de terror y espanto inauditos, sobrecogió a todos los presentes. El grito era como la condensación en un instante de todos los gritos que millones de animales habían proferido cuando habían sido abatidos por sus depredadores naturales a lo largo de los siglos. Tenía el sabor amargo de la muerte inesquivable, sentida ya, sin escapatoria posible, por seres inocentes, víctimas de otros seres inocentes, que los inmolaban sólo para poder vivir —porque éste había sido el torpe mecanismo dictado e impuesto para su supervivencia— y se derramó por el valle entero, haciendo temblar a los reunidos”.

En mi relato, en el enorme valle en que se hallan reunidos todos los seres de la creación para ser juzgados, también hay algunas preguntas difíciles al Dios, allí presente: “¿Por qué, clamó una voz más lejana, la ferocidad estaba inscrita en la vida misma de tantos animales que carecían de razón y mataban, porque estaban hechos y dotados exquisitamente para matar? ¿No podrían haber subsistido de alguna manera diferente, menos brutal y cruenta, sin destrozarse unos a otros?”.

Al final, un acontecimiento fortuito también me decidió a comentar el libro de Pergaud y mencionar mi viejo relato. He recibido, de uno de mis lectores más fieles, un vídeo, extraordinario en su realización —probablemente una composición—, pero también horrible. Lector, te doy aquí el vínculo, para que lo puedas ver: