7 de febrero de 2015

La sposa del re (La esposa del rey), leyenda (I)


Palabras clave (key words): leyenda, reina bella, buena, obediente… un poco sorda.

 
Buceando otra vez en libros antiguos, me encuentro con Superstizioni, pregiudizi e tradizioni in Terra d’Otranto, de Giuseppe Gigli, 1893 —citado en la obra de Paul Bourget, Sensations d’Italie—, en el que está recogida una curiosa fábula, La sposa del re (La esposa del rey). El primer libro lo pude encontrar en ese tesoro que es Internet. Es una obra de un sencillo escritor local, que sólo el empeño universal de hacer asequibles las más diferentes obras en la red, explica que se pueda encontrar allí.

Es un libro modesto, perdido en el tiempo y quizá en el olvido y, precisamente por ello, espoleó mi deseo de conocerlo, después de verlo citado en el de Bourget. Cuento la historia, porque tengo el fundado presentimiento de que mis lectores aman esta clase de leyendas. Gigli la oyó de viva voz, en dialecto local, a gentes de la villa de Manduria, en la Puglia, en el tacón de la bota italiana.

No me resisto a copiar las primeras líneas en italiano: C’erano una volta due comari, che si volevano un gran bene. Una di esse aveva una figliuola bellissima, in suoi diciott’anni, dagli occhi color di mare e da capelli color di sole (Éranse una vez dos comadres que se querían mucho. Una de ellas tenía una hija bellísima, de dieciocho años, con ojos color del mar y cabellos color del sol). Sigo en español:

Esa madre murió y dejó la hija encomendada a la amiga, que tenía otra hija de la misma edad, pero fea y deforme, con ojos blancos como los de los gatos y cabellos erizados como los de una bruja. Bueno, sabido es que Dios reparte caprichosamente sus dones. El caso es que un día pasó por allí un alto y poderoso rey, vio a la huérfana, se enamoró perdidamente de ella y decidió esposarla. No se dice si el rey le preguntó su opinión a la bella muchacha o no. De haberlo hecho, casi seguro que la joven habría estado de acuerdo; un rey tira mucho. Se casaron en un santiamén y, tras la ceremonia, el rey la hizo subir en una carroza espléndida y empezaron el viaje hasta la corte.

La madre de la hija fea, antes le había pedido una gracia al rey: “Majestad, recogí a la que es ya vuestra esposa cuando era pobre y estaba abandonada. En recompensa, no os pido ni oro, ni joyas, ni títulos. Permitidnos, simplemente, a mi hija y a mí, subir a la carroza de vuestra esposa. Es la última vez que nuestra humilde condición nos permitirá estar cerca de ella”. El rey le concedió lo que pedía tan razonablemente y el cortejo inició su marcha, yendo él a caballo a la cabeza del mismo.

Al poco tiempo llegaron a un castillo, teñido de rojo por los rayos del sol ponentisco. Mirad, dijo el rey a la recién casada, acercándose a la carroza y llamándola por su nombre, ese castillo es nuestro y allí pasaremos los meses de verano. El ruido de las ruedas del carruaje no dejó oír las palabras del rey y la esposa preguntó: ¿Qué ha dicho el rey? La madre de la chica fea contestó: Que cambies tus vestidos con los de mi hija. La ya reina juzgó que era un capricho bastante extraño, pero obedeció, porque para ella la voluntad del rey era sagrada.

Una hora más tarde, la caravana llegó a un bosque con altos y frondosos árboles. El rey se acercó de nuevo a la carroza, llamó a su esposa y le dijo: Mira, qué hermoso bosque. Aquí vendremos a cazar liebres y jabalíes. Tampoco le oyó la esposa y preguntó de nuevo: ¿Qué ha dicho el rey? Y la madre contestó: Ha dicho que deis vuestras joyas, vuestros ornamentos y vuestra corona real, llena de piedras raras y costosas, a mi hija. La reina se sonrió ante este nuevo capricho y obedeció.

No mucho después llegaron hasta la orilla del mar. El viento soplaba fortísimo y las nubes anunciaban lluvia y tempestad inminentes. El rey se acercó de nuevo a la carroza y dijo: Mi reina, mira este mar. Aquí remaremos solos en la blanca y ágil nave real. Tampoco oyó esta vez las palabras reales la reina y preguntó: ¿Qué ha dicho el rey? Le respondió la mujer: Que os arrojéis al mar. Enseguida se oyó el ruido de un cuerpo cayendo al agua y la infeliz y obediente reina fue tragada por las olas del mar.
(continuará)

4 de febrero de 2015

Sobre la momentánea derrota del Tiempo (fin)


Palabras clave (key words): Thomas Jefferson, trasplante renal, trasplante de corazón

Conviene recordar que la compra de Luisiana, en 1803, duplicó el tamaño de los Estados Unidos y constituye hoy el 23 % del país. De sus ideas sobre la esclavitud y de la relación con su esclava Sally Hemings —algo íntimas, porque tuvieron juntos seis hijos— no diré nada más. Jefferson ha sido considerado como el apóstol de la libertad e inspirador de partidos políticos y disidentes liberales en muchos países.

Nada que ver aquella reunión de premios Nobel con la nuestra, infinitamente más modesta. Pero algunos de nosotros habían trabajado con pioneros en medicinas o cirugías de vanguardia y se charló sobre ellos, comentando detalles interesantes o curiosos. Hablando de trasplantes renales, se mencionó a los gemelos Rafael y Robert Mendez, que hacían esa cirugía hacia 1970, en Los Angeles, años después de que Joseph Edward Murray realizara el primer trasplante con éxito definitivo en Boston, en el año 1954, lo que le valió el Premio Nobel en 1990. Murray presumía de no haber investigado nunca, como expuso en la autobiografía que envió al Instituto Karolinska al recibir el premio.

Antes de 1954, el nefrólogo Jean Hamburger, de París, inventor del primer riñón artificial, había impulsado al equipo quirúrgico de Louis Michon, a realizar el primer trasplante renal en el hospital Necker, el día de Navidad de 1952, en el paciente Marius Renard. Jean Hamburger fue uno de los tres grandes ‘Jean’ de la medicina francesa del siglo XX, con Jean Bernard y Jean Dausset. Los dos primeros escribieron también obras no médicas. Hamburger tiene una, espléndida: Le journal d’Harvey, biografía algo novelada del descubridor de la circulación de la sangre.

Los citados Mendez eran hijos de un personaje singular, Rafael Méndez, nacido en Jiquilpan, Méjico, en 1906, trompetista de fama mundial, de repertorio clásico, popular mejicano y jazz, que murió en el año 1981. Tiene su estrella en el Paseo de los Inmortales de Hollywood. Este Rafael era el cuarto hijo de quince y con sólo cinco años empezó a tocar la corneta y a acompañar a su padre en la orquesta que había fundado y que fue contratada por Pancho Villa. Se dice que en la guerra la orquesta tocaba todos los días a las cinco de la tarde y se hacía una tregua. Luego, continuaba el combate. Los cirujanos Mendez también tocaban la trompeta y acompañaron alguna vez a su padre.

Alguien de nosotros pudo conocer a uno de los fundadores de la hematología, William Dameshek, nacido en Rusia y que llegó a Estados Unidos con sólo tres años. Otro era residente en el Maimonides Hospital de Nueva York aquel 6 de diciembre de 1967, cuando Adrian Kantrowitz realizó el primer trasplante de corazón en un niño, el segundo en el mundo, tres días después del de Barnard. Se comentaba entonces en el Maimonides que días antes, por circunstancias fortuitas, no se había podido hacer allí un trasplante, que habría sido primicia mundial. Kantrowitz y Michael DeBakey, en 1965, ya habían implantado un artificio mecánico para ayudar al corazón insuficiente. En 1967 había cuatro cirujanos preparados para el salto definitivo: Norman Shumway, de Stanford University; Richard Lower, en Virginia; el propio Kantrowitz  y Christiaan Barnard, en Sudáfrica. Fue este el que llegó primero a la meta.

Gente excepcional, activísimos todos y muchos longevos. DeBakey murió a punto de cumplir 100 años, Jean Bernard con 99, Murray con 93 y Kantrowitz con 90. Hablar de ellos, recordarles con sencillez y cariño, fue una fiesta. Con la alegría y el pasmo de haber rozado a gente admirable. No olvidamos a nuestros maestros españoles, presentes en nuestras recordaciones de ese día y siempre. Entendemos que todo ha sido como una bendición, algo por lo que deberemos estar siempre agradecidos, y lo estamos. De la distendida charla, cito aquí sólo los asuntos de interés más general.

Se habló de gastronomía; un momento, para saludar y felicitar a la cocinera. Había mil temas mucho más interesantes; si lo puedo decir, sin ofender a algún chef famoso.

2 de febrero de 2015

Sobre la momentánea derrota del Tiempo


Palabras clave (key words): Platón, Ferran Adrià, John F. Kennedy, Thomas Jefferson.

Platón, en un pasaje de su Político, refiere un antiguo mito griego: el universo giró en sentido inverso y los seres mortales cesaron de envejecer y regresaron a la juventud y la niñez. Hace unos días ocurrió algo parecido. No para todos los mortales, pero sí para los nueve amigos que estábamos reunidos en casa de uno de nosotros, compartiendo mesa y mantel. Para nosotros, el cosmos entero se aquietó y el tiempo volvió atrás más de medio siglo, hasta nuestros años de estudiantes de Medicina, en Madrid.

Cualquier acontecimiento esplendente y gozoso alberga en su núcleo la amarga semilla de una tristeza posterior inevitable. De la apoteosis del sexo deriva la tristitia post coitum, como designaban los romanos al sentimiento de soledad y vacío que puede suceder a la plenitud amorosa. Del hecho que cuento, también quedó la melancolía de su fugacidad, de su imposible continuación, de la evanescencia final del alegre estado de ánimo en el que el tiempo pareció derrotado. Hay una tristitia post concilium.

Vuelvo a Ferran Adrià y a esas simplezas de la alianza entre lo gastronómico e intelectual. En nuestro caso, fueron experiencias nada relacionadas. Hubo un ambiente culto y delicioso, fruto de las aportaciones de los reunidos. Porque no fue sólo el sentimiento agradable del reencuentro y la remembranza, sino que hubo también un rico intercambio de ideas. Para eso, la gastronomía no ayuda nada y hasta puede estorbar, si se topa uno con algún cocinero lenguaraz. Entre los nueve, sumábamos casi siete siglos. Y hemos dejado atrás muchas cosas, quizá no del todo: las vanidades, las intrigas, ya leves o inexistentes. Estamos todavía en una orilla placentera y dulce de la vida. Algunos de los asistentes han tenido un más que discreto éxito profesional y académico, pero todo eso quedó fuera y quedaron sólo las reflexiones y los afectos.

El 29 de abril de 1962, el año que terminamos la carrera, hubo una famosa cena en la Casa Blanca, en honor de los Nobel americanos. Se celebró “in the State Dining Room and the Blue Room” y asistieron cuarenta y nueve Premios Nobel y diversas personalidades de las artes, la ciencia, rectores de Universidad, etc. El presidente Kennedy los saludó así: I want to tell you how welcome you are to the White House. I think this is the most extraordinary collection of talent, of human knowledge, that has ever been gathered together at the White House, with the possible exception of when Thomas Jefferson dined alone (Quiero decirles lo bienvenidos que son ustedes en la Casa Blanca. Creo que es la más extraordinaria colección de talento, de conocimiento humano, que jamás se ha reunido en esta Casa Blanca, con la posible excepción de cuando Thomas Jefferson cenaba aquí, solo).

Me gustó siempre esta anécdota, su fina ironía y el claro y explícito tributo a la inteligencia individual. Creo en las virtudes del equipo, pero también en las del genio aislado. Sin entrar en el lado oscuro y sombrío de Jefferson —no hay ser humano que no lo tenga—, este presidente fue un hombre excepcional. Kennedy continuó: Someone once said that Thomas Jefferson was a gentleman of 32 who could calculate an eclipse, survey an estate, tie an artery, plan an edifice, try a cause, break a horse, and dance the minuet (Alguien dijo una vez que Thomas Jefferson fue un caballero de 32 años, que podía predecir un eclipse, regir una hacienda, ligar una arteria, planear un edificio, juzgar una causa, domar un caballo y bailar un minueto).

Jefferson fue el principal redactor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y el primer Secretario de Estado de la joven nación (1789-94). Luego fue segundo Vicepresidente (1797-1801) y tercer Presidente (1801-09). Compró Louisiana a los franceses, fue un apasionado defensor de la separación de la Iglesia y el Estado e hizo de la libertad individual el núcleo central de la revolución americana.

(continuará)