25 de agosto de 2015

Cumpleaños de Jorge Luis Borges


Palabras clave (key words): cumpleaños de Borges, Macedonio Fernández, Joaquín Soler.

Hoy, 24 de agosto de 2015 —lector, esto aparecerá en el blog mañana—, Jorge Luis Borges cumpliría 116 años, una longevidad extrema, pero no imposible para los seres humanos. Estoy seguro de que a él no le habría gustado llegar a tan viejo. Al cumplir los ochenta y cinco, ya decía que se ‘avergonzaba’ de haber llegado a esa edad, que estaba abusando. Ha sido tan estudiado que no diré aquí una sola palabra sobre su literatura y sólo dejaré constancia de que es uno de mis preferidísimos escritores, porque adoba su obra con los inestimables dones de la inteligencia y la cultura. La literatura puede, y en muchos casos debe, ser así. ¡Feliz cumpleaños, maestro!

Hay cosas que se pueden decir sólo cuando uno es Borges. Entonces se puede mentir, se puede falsear la realidad, porque es obvio que el lector entenderá, no se dejará engañar. Así, por ejemplo, cuando dice: “A mí personalmente no me gusta lo que escribo. Me he resignado, pero eso no quiere decir que lo apruebe”. Todo el mundo sabe cómo hay que interpretar eso. Pero lo traigo aquí para hacer una breve reflexión:

Pienso que el escritor —cualquiera, por insignificante que sea— cree en su obra, en su estilo, en su manera peculiar de escribir. Uno quiere hacer algo bello y lo intenta con esfuerzo y lo mejor de su arte y está convencido de que lo que escribe está bien, aunque, claro, puede estar equivocado. Por ello reclama con urgencia el juicio imparcial de sus lectores y de los críticos, para convencerse de que sus patrones estéticos son los adecuados, de que está en el camino correcto. Lo cual es perfectamente compatible con la conciencia de sus limitaciones, de que siempre habrá maestros inalcanzables. Sólo en algún escritor mercenario es pensable que pueda producir obras que no le satisfagan, por la imperiosa necesidad de cumplir compromisos editoriales.

Leer a Borges siempre fue para mí una verdadera fiesta, un paseo por el paraíso. Escucharle multiplicaba ese placer, porque era un conversador excelente, con una finísima ironía, con muy sutil retranca. Como Josep Pla, como Álvaro Cunqueiro. Todavía recuerdo la entrevista en TVE con aquel magnífico periodista, Joaquín Soler, en su programa A fondo.

He visto a Borges otras veces. Me viene a la memoria una entrevista en la que él contaba una conversación con el escritor Macedonio Fernández —amigo íntimo, inteligentísimo, que lo impresionó más que ningún otro, según confesó— y que ya mencioné en mi entrada del 14/12/2013, en este blog. Estaban oyendo tangos y Borges le preguntó: “¿Por qué no nos suicidamos para acabar con esta música?”. El entrevistador, también sagaz esta vez, replicó: “Pero por fin no se suicidaron”. A lo que respondió Borges, displicente: “No sé si nos suicidamos..., no me acuerdo”.

No recordaba. Hay muchas clases de muerte y algunas son irreconocibles; de manera que puede uno llevar años embarcado en una de estas defunciones silenciosas sin saberlo. Son vidas sin sorpresas, sin esperanzas, sin felicidad. Sí, esa felicidad humana incompleta, frágil, sin la que, a pesar de todo, es duro vivir. Una de las frases más repetidas de Borges es ese lamento: “He cometido el peor pecado que uno puede cometer; no he sido feliz”. Lector, estoy convencido de que era una pose, una ironía borgiana. Bastaba mirar su cara, ya de ciego, para comprender que no era verdad. Una vez dijo que se sentía más feliz de mayor que de joven. Los jóvenes pueden permitirse ciertos lujos, añado yo. Y también dijo: “He observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso. […] Uno debe ser feliz, no por uno mismo sino por las personas que lo quieren”.

Citaba yo en mi entrada anterior una cierta utopía: la posibilidad de un gobierno universal. A Borges le preguntaron una vez si creía que se podría lograr alguna vez la integración latinoamericana y respondió: “Y no solamente esa integración, sino la del planeta entero”. Se sentía ciudadano del mundo y en verdad lo era.

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