23 de marzo de 2015

Aún más sobre Maledetti Toscani, de Curzio Malaparte


Palabras clave (key words): santos en Italia, Franco Sacchetti, sobre el pasado, Úbeda.

Tengo que hablar más de Maledetti Toscani; no puedo dejar de hacerlo y estamos en las de siempre. Me fijaré especialmente en aquellos temas que serían trasladables a nuestro país y en aquellas vivencias que son similares a las mías.

Distingue Malaparte entre los santos de Umbria y los de Toscana: È certo una vita difficile, quella dei Santi in Umbria, tanto difficile quanto è facile quella dei Santi in Toscana. Porque los santos en la Toscana, explica, se cuidan de no exagerar y hacen milagros que parecen verdaderos, que todos los pueden hacer, o creen que los pueden hacer, milagros de todos los días. En cambio, los santos en la Umbria hacen milagros de esos que parecen falsos, “tanto son pallottolosi, arzigolati e riccioluti” (aquí sí traduzco, sin extrema exactitud: peloteros, extravagantes y ensortijados), como si se las dieran de que sólo ellos son capaces de hacerlos. En Toscana los milagros no los hacen los santos, que no los saben hacer, sino hombres como Giotto, Arnolfo, Massacio, Donatello, Brunelleschi, Michelangelo… Son miracoli da uomini, voglio dir da toscani.

Es arriesgado ser santo en Italia. En las fiestas, prosigue Malaparte, con el calor y el vino, algunos cofrades se calientan de manera que, si algo sale mal, la emprenden a bastonazos con el santo. Porque los sacan para que llueva, traen la lluvia y resulta que ellos han olvidado los paraguas en casa. O los escopetean, porque llueve demasiado cuando el grano está ya maduro. O porque la cerda ha muerto, o porque no hay pesca en el río. En Nápoles, si la sangre de su San Genaro no se licúa bien y pronto, lo insultan, le llaman cornudo, le tiran los zapatos a la cara. Todo está exagerado, lector, en clave de humor. Historias, bromas, parecidas se cuentan en España.

Cuando Malaparte habla de Prato, donde nació, las añoranzas lo embargan y afirma que todo es gentil allí, todo es antiguo y nuevo. Hay una serenidad ática en el aire. No hay nadie en el mundo que sea más griego que un toscano, más ateniense que un florentino. En la Toscana vive todavía aquel noble espíritu de libertad que floreció en Grecia. Franco Sacchetti, un florentino del siglo XIV, autor de Il trecentonovelle, colección de relatos inspirada en Giovanni Boccaccio, quizá también florentino, se enfrentó al mundo “porque quería ser libre como una mariposa”.

Muchos de estos sentimientos son análogos a los míos, que escribí, hace tiempo: “Revivo mi niñez en Úbeda, esa joya renacentista, y la veo como un trozo verdadero del Ática, preservado por el designio de algún dios benévolo. Siempre la he sentido así, un vestigio olvidado y anacrónico de la Grecia clásica”. Un médico de allí, Pascual Iniesta, a quien traté algo en Madrid, poco antes de que muriera, escribió unos hermosos versos —se refieren a Úbeda y Baeza—, que reflejan el mismo sentir: “Eran las dos hermanas, dos ciudades antiguas, / dos acrópolis clásicas, dos custodias en alto”. Ese ambiente ha de influir en sus habitantes, no se crece impunemente entre tanta belleza.

También recuerda Malaparte el pasado desvanecido en Prato, los ruidos de los telares antiguos, el batir de los martillos sobre los calderos, el silbido de los trenes en la vieja estación, los olores de entonces, el más glorioso de sus mendigos, Bernocchino...

De Úbeda, yo también recuerdo un mundo que se esfumó para siempre. Estaba poblado por seres absolutamente grandiosos y, sin embargo, exquisitos y benéficos. Hacían o reparaban zapatos, trabajaban la hojalata, el esparto, las pieles o el barro y de sus manos salían, como por arte de magia, todas las cosas necesarias para vivir. Los veíamos al asomarnos a sus talleres o directamente desde la calle. No menciono sus nombres, pero los tengo bien guardados en mi memoria, en mi corazón.

He de dejarlo ya. Todo empezó por un anuncio quizá algo gracioso y derivó a lo de las ideas fuerza y a las creencias que influyeron notoriamente en mi vida. Hablaré  pronto de todo eso, que no lo he olvidado. Un peculiar, no muy conocido, Malaparte me entretuvo.

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