18 de diciembre de 2014

Templo de Hera Lacinia en Capo Colonna


Palabras clave (key words): templo de Hera, Zeuxis, Helena de Troya, Milón, columna de oro, Aníbal

Dije que hablaría del templo dedicado a Hera Lacinia —esposa de Zeus, diosa protectora de las mujeres y de la fertilidad—, junto a Capo Colonna, en las cercanías de Crotone, en la Magna Grecia, la parte de Italia y Sicilia a la que llegaron inmigrantes helenos. Los primeros colonos provenían de Graia, en Hélade, y de ahí los romanos derivaron en latín la palabra Grecia. Ulises, al regresar de Troya, anduvo perdido diez años por esa tierra, buscando sin descanso el retorno a su patria, a Ítaca.

El templo estaba cubierto de mármol blanco y el célebre pintor Zeuxis (siglo V a. C.) colgó en él su retrato de Helena de Troya, para el que sirvieron de modelo las cinco doncellas más bellas de la ciudad de Crotona, a las que el pintor pidió que le dejaran reproducir la parte más cautivadora y perfecta de cada una —partes todas honestas, se entiende—. También nació en la ciudad, un siglo antes, el famoso atleta Milón, seis veces vencedor absoluto de los Juegos Olímpicos, que casó con una hija de Pitágoras. El filósofo le estaba agradecido porque en una ocasión, mientras impartía una lección, el techo del recinto se vino abajo y el fortísimo Milón lo aguantó hasta que todos los asistentes salieron sanos y salvos. Y luego, encima, le colocó una hija.

Ese templo, del que ahora queda sólo una columna, era riquísimo. El historiador Tito Livio cuenta, en el capítulo III del libro XXIV de su Historia de Roma (abrevio el texto): Había allí un denso bosque y en el centro un claro con pastos, para el ganado consagrado a la diosa, del que no cuidaba nadie. Al acercarse la noche, en la sobretarde, los distintos rebaños se separaban y volvían a sus establos, sin que ningún animal de presa los acechase ni humano alguno los robase. Con las grandes ganancias obtenidas, se fabricó una columna de oro macizo dedicada a la diosa. El templo se hizo famoso tanto por su riqueza como por su santidad y se le atribuyeron muchos milagros.

Lector, esto no es un tratado de historia y no tengo obligación de ser siempre veraz. Pero que había una columna de oro macizo, eso me parece seguro. ¿Que por qué? Pues porque frente a tanta columna expoliada y tanta desolación, también tiene que haber algo alegre y esperanzador en esta vida. Te digo que existió esta columna de oro. Es más, alguien, seguramente, tuvo la buena idea de enterrarla en alguna parte y debe de estar todavía por allí, esperando al afortunado que la encuentre, que no todo van a ser desgracias y calamidades. Y habrá más columnas parecidas, de oro, en el mundo.

Aparte de su función religiosa, el templo servía también tradicionalmente como lugar de cobijo para navegantes y mercaderes. Por ser lugar sagrado ofrecía protección frente a los ladrones y muchos fieles guardaban allí sus riquezas. La práctica de utilizar los templos como bancos era normal. En Roma, las vestales eran depositarias de testamentos y contratos, y en el templo de Saturno Erario estaba depositado el tesoro de la ciudad. O sea, templos y riqueza unidos, hermanados. Nihil novum sub sole.

Aníbal retornó desde este lugar a Cartago, al final de la segunda Guerra Púnica. Mandó colgar en las paredes del templo unas placas de bronce contando sus gestas en tierra italiana y de paso saqueó el tesoro para resarcirse de los gastos de las mismas, que nada es gratis y todo tiene su contabilidad.

15 de diciembre de 2014

Templo de Hera Lacinia en Capo Colonna


Palabras clave (key words): Templo de Hera Lacinia, Capo Colonna, desolación, Agrigento

El corazón humano es caprichoso y también certero. Tiene sus razones propias; se apasiona y burbujea en el pecho por motivos que no aparecen claros al entendimiento. Yo diría más bien, que fuerzan al entendimiento a esclarecerlos. Cuento esto tras haber leído el relato de un viajero francés del siglo XIX en Calabria y ver después una foto que me ha conmovido profundamente, que me ha hecho pensar. He visto ruinas de muchas clases en diferentes países; sé que hay ciudades antiguas que ni siquiera podemos localizar, que no se sabe dónde estuvieron… Aun así, lo que muestra la foto es, para mí, mucho más desolador e inquietante. Se trata de lo que queda del templo de Hera Lacinia, en Capo Colonna (cabo de la columna), en la Calabria italiana.


Hasta el siglo XVI este cabo se llamaba “Capo delle Colonne” —antes de que hubiera allí templo alguno, su nombre era Lacinion—, porque, si hemos de creer a otro viajero de esa época, todavía quedaban cuarenta y tres columnas en pie. Las columnas eran de estilo dórico, de unos ocho metros de altura y las derribaban para utilizarlas en otras construcciones.  El templo fue construido a finales del siglo VI a. C. , en lo que se ha llamado la Magna Grecia. En 1638 ya sólo quedaban dos columnas y una de ellas fue derruida ese año por un terremoto. Ahora queda una y, como dijo un rústico del lugar: E col tempo anche questa caderà.

Te das cuenta, lector, sólo una columna. Ella sola, arañada por el viento, roída por el tiempo, da una idea, por remota que pueda ser, de lo que fue el templo. Se conserva bella, altiva, representante del supremo arte griego, testimonio de la vulnerabilidad de las obras humanas, a la orilla misma de un mar azul intenso, como de zafiro fundido. Tal vez es una prueba de la determinación de la diosa de no abandonar el lugar donde fue adorada y honrada durante siglos. Y sirve como señal a los pescadores que se buscan trabajosamente la vida en estas aguas no siempre calmas.

Si esa columna cae, por la razón que sea, ningún viajero encontrará ya nada que estimule su imaginación; tendrá que recurrir a las enciclopedias o a los museos… y no es lo mismo. Yo no siento la necesidad incoercible de descubrir ninguna de las ciudades que se han perdido. Pero conservar esa columna sí me parece que me concierne. Porque no es sólo la columna. Es toda la melancolía que despierta, las enseñanzas que revela, lo aleccionador de su presencia. Contemplar esa imagen es conocer lo que es la vida, lo que nos aguarda a todos, es descubrir la urdimbre del tiempo y la terrenidad.

No sé si me hago entender. Lector, te muestro otra foto de otro templo, también atribuido a Hera, en el Valle de los Templos, en Agrigento, en Sicilia. En ella se puede ver todavía lo que fue la fábrica original, se adivina claramente su estructura. Nada de eso ocurre con esa columna aislada que nos habla de destrucción sin límites y sugiere los peores augurios. El sentimiento de que esa columna está llamada a desaparecer, que sucumbirá indefectiblemente un día, del que sólo falta la fecha, es lo que prevalece aquí y es una emoción triste y desesperanzada. Por eso conmueve tan sin descanso.

Otro día te hablaré de lo que fue ese viejo templo condenado a desaparecer del todo, ese templo del que sólo queda una columna.