31 de mayo de 2014

Feci quod potui


Ya dije que ayer tuve un día chungo, un día algo triste. Eso nos ocurre a todos alguna vez, pero hay muchos seres humanos a los que les ocurre constantemente. A estos últimos no me es fácil olvidarlos y jamás entendí su larga condena, ni las razones que puedan justificar tan pertinaz infortunio. Siempre pensé que era culpa de los hombres… y también de los dioses. Incluso, si se quiere, de los dioses que forjaron así a los hombres, en vez de hacerlos angélicos. Claro que, hasta con los ángeles, algunos salieron torcidos y enredadores. Todo relativamente inexplicable.

Y era ayer un día en el que tenía algún motivo, relacionado con este blog, para estar algo contento. Lo empecé en serio hacia el noviembre pasado y hace poco rebasó las cinco mil visitas. Lector, créeme si te digo que, a estas alturas, esto de las audiencias me trae bastante sin cuidado. Sin embargo, las estudié con algún rigor, tratando de interpretarlas, de ver qué entradas cosechaban más lectores. Sólo para saberlo y dedicarme más a esas que preferían mis seguidores. Entendible, ¿no?

El análisis del asunto no es fácil, porque no basta con ver, simplemente, las entradas más leídas, sino que hay que considerar otras circunstancias. No pude descubrir una tendencia clara. Por eso trato de ir mezclando las más serias y las más desenvueltas, las más fáciles y las más complicadas. En fin, sigo fiel a lo que pensé desde el principio: querría ser útil, que los que me lean puedan descubrir algo que quizá ignoren. Cuando ayer mencionaba al artista Piero Manzoni, que no me interesa lo más mínimo, lo que trataba es de que algunos de mis lectores conocieran en qué eriales puede perderse el arte y a qué extravíos nos pueden conducir la publicidad y la estupidez humana, aliadas a un respeto excesivamente reverencial hacia los críticos por parte de los espectadores. Lector, sé valiente y libre al juzgar; eres tú el que decide.

Aparte de algún día de más sombrías meditaciones, quiero que mis escritos sean leves y gráciles, en la medida de mis capacidades. Conozco bien mis limitaciones y cuando acabo algo, me gustaría siempre disculparme, añadiendo esta consigna latina: Feci quod potui; faciant meliora potentes (hice lo que pude, háganlo mejor los que puedan). Esta frase viene en un libro de Henry Baerlein, de 1908, pero también se encuentra en Chejov y en Stanislavsky. Y antes, en un libro del año 1768, Account of Corsica, del frivolísimo escocés James Boswell, donde se cuenta que es una “inscripción en la fachada del Palazzo Tolomei de Siena” (por cierto, allí en lugar de feci quod potui, se dice quod potui feci). Me pregunto, lector, ¿es todo esto muy importante? Y conste que a mí me gusta perderme en estos vericuetos. Pero no todo el mundo tiene tiempo. Yo lo tengo ahora y si viviera mi muy querido amigo el profesor Arnaldo Cherubini, de la Universidad de Siena, le pediría detalles de ese palacio; él lo sabía todo.

Trataré siempre de ser ameno. Pronto te hablaré, lector, de un cordobés que viene citado en la Biblia. Y de un antecesor de esos españoles campeonísimos mundiales de las motos, un español que fue el mejor corredor de carros en tiempo de los romanos. Y te hablaré de vientos, te contaré muchas cosas de los vientos. Te adelanto una cita:

“Sopla hacia el sur el viento y gira luego hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar”. Este párrafo viene un poco después de este otro: “¡Vanidad de vanidades! —dice Cohélet—, ¡vanidad de vanidades! ¿Qué saca el hombre de todo su fatigoso afán bajo el sol?”. Te suena, ¿verdad? Es del Eclesiastés, uno de los libros más bellos que se hayan escrito jamás. Mira, deja este blog, deja todo lo que estés haciendo, y vete a cualquier librería de guardia —si no la hay en donde vives, algo funciona mal— y consigue el libro. O, más fácil, búscalo en la red y da gracias a San Internet. Me lo agradecerás, y yo pensaré que este blog sirve para algo.

30 de mayo de 2014

De artes que no comprendo


Ayer tuve un día un poco raro. Si yo fuera norteamericano, diría que I felt blue; si fuera francés, que j’avais le cafard… Como soy español, diré en castizo que tuve un día un poco chungo y nos entendemos todos. Estaba invitado a un acto, en el ámbito de la investigación médica, en el que se otorgaban unos premios. Antes, siempre conocía a muchos de los asistentes. Ayer estaba todo lleno de gente más joven que yo y sólo había algunos de mis antiguos compañeros. Muchos de ellos viven todavía, que no soy tan viejo, pero no asistieron. El principal inconveniente de llegar a cierta edad es que, de distintos modos, se nos van yendo los amigos que compartieron un mundo que se perdió.

En un teatro de Madrid se estrenaba un musical, Mierda de artista, inspirado en la vida y obra de Piero Manzoni (1933-1963), un artista italiano representante del arte conceptual, que enfatiza el papel del artista como productor inevitable de arte. Todo viene de una ocurrencia de otro artista alemán, Kurt Schwitters, pintor, escultor, poeta, diseñador, que dijo un buen día: “Todo lo que escupe el artista, es arte”.

Estos talentos tan múltiples —bastantes de los que pulularon en torno al Dadaísmo eran así— siempre me han hecho desconfiar. Como el francés Yves Klein, pintor de cuadros monocromos y autor de The Monotone Symphony, en la que una sola nota suena durante veinte minutos y se sigue de otros veinte minutos de silencio. Estas excentricidades, y los happenings y performances consiguientes, me aburren y sobre ellos ironizo bastante en mi novela Las increíbles vidas de Roberto Milfuegos.

Manzoni siguió la consigna de Schwitters al pie de la letra, convencido de que cualquier emanación de un artista —su aliento, sus huellas, su firma en el cuerpo de otra persona y sus excrementos— eran arte. Su obra, Aliento de artista, eran globos inflados por él. Imprimía sus huellas dactilares sobre huevos cocidos y los consideraba obras de arte, aunque permitía que el público que se los comiera. En el 1961 llenó noventa latas con sus excrementos, treinta gramos en cada una, y las etiquetó en diversos idiomas: Mierda de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961. Un poco raro, un poco tonto todo, ¿no?

Vendió las latas a precio, literalmente, de oro (por lo que costaban treinta gramos de oro) y están en el Georges Pompidou, la Tate Modern, el MOMA de Nueva York. Todas están numeradas y firmadas. En el año 2007 se subastó un ejemplar en 124.000 €. Hasta el Museu d’Art Contemporani de Barcelona tiene una. Piero Manzoni murió en Milán de un infarto en el 1963, antes de cumplir los treinta años.

Una buena parte del arte moderno tiene orígenes, fundamentos y ejecuciones muy discutibles, pero de esto es imposible charlar aquí. Acabo de oír que en una comunidad autónoma, creo que en La Rioja, se prepara una peculiar exposición de arte y lo único que se exige en la convocatoria es que las obras “sean ridículas o extravagantes”. Uno empieza a pensar que el daño está ya hecho y la recuperación es quizá imposible.

Más manifestaciones que acaban con inusitada violencia. La situación en Ucrania empieza a parecer una guerra civil, lo que no hace recapacitar a los que se enfrentan con problemas más o menos similares, en quienes persiste un ingenuo optimismo, que quizá no resulte al final justificado. Las masas son fáciles de engañar y difíciles de convencer y controlar.

Lo grave es que, seguramente, no fue un día excepcional, aunque a mí me cogiera un poco en horas bajas y me haya llevado a escribir esta entrada tan poco agradable. Trataré de enmendarlo en las sucesivas.

26 de mayo de 2014

De la violencia, de la injusticia, del amor o lo que sea


Ya afirmé que el problema de quien decide escribir con cierta periodicidad, no es la penuria de temas, sino su excesivo número. Muchos de ellos no se prestan a ser tratados en un escrito de reducido tamaño y quedan siempre flecos sueltos, que demandan su compleción (sic, está en el DRAE).

Hablé del Servio Sulpicio Galba, que llegó a ser emperador de Roma durante sólo unos meses. Otro general y político romano del mismo nombre (190 a.C - 135 a. C.), hacia el año 151 a. C., sufrió un serio descalabro a manos de los lusitanos, que mataron a siete mil romanos (hay que tener siempre cuidado con estas cifras) y decidió vengarse. Los lusitanos quisieron la paz y se dirigieron a él, como cuenta el historiador Apiano de Alejandría, basándose en diversas fuentes:

“La pobreza de vuestros suelos y la indigencia en que vivís, les dijo este Galba, es lo que os fuerza a hacer estas cosas. Yo daré tierra buena a los amigos necesitados y la distribuiré para su colonización, dividiéndola en tres lotes. […] Los dividió en tres grupos, llevando a cada uno de ellos a un determinado llano. […] Ordenolos que, como amigos que eran, entregasen las armas. […] Después envió contra ellos soldados armados y mató a todos, aun cuando ellos se lamentaban ante los dioses e invocaban la fe jurada. De mismo modo mató a los del segundo grupo y a los del tercero, los cuales ignoraban aún lo ocurrido con los del primero.

Valerius Maximus cuenta que el número de los asesinados ascendió a ocho mil, entre los que estaba la flor de la juventud de aquellas gentes. Sin embargo, Suetonio hace subir la cifra hasta treinta mil. Los que no murieron fueron vendidos como esclavos en las Galias. Cuando todo esto fue conocido por los romanos, Catón el Viejo o el Mayor, famoso por su integridad moral y temible como acusador, logró que Galba fuera llevado hasta los rostra (tribunas de oradores en el Foro romano), en donde hubo de escuchar el relato de sus crímenes, pero por sus amistades y relaciones salió libre de todos los cargos, aunque sus fechorías quedaron en la memoria de todos. No hay de qué extrañarse. Honoré de Balzac escribió que las leyes son telas de araña, que son traspasadas por las moscas grandes y sólo atrapan a las moscas pequeñas.

Este Catón también pasó a la historia por su célebre frase o coletilla Delenda est Carthago (Cartago ha de ser destruida), que pronunciaba cada vez que hablaba desde la tribuna y le hizo famoso en Roma. La frase completa es Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida). Era proverbial su terror a los médicos, casi todos griegos en la época, en lo que demostró buen sentido. Fue un hombre de carácter rudo, de moral estricta y amor a la disciplina. Cuando murió su esposa Licinia, y siendo él ya de edad muy avanzada, tomó esposa entre sus esclavas y prefirió buscarse una joven y de gran belleza, Salonia. Bueno, digo yo, pues no estaría tan mayor; por lo menos la cabeza le regía y sabía escoger. ¡Ah, el amor… o lo que sea, qué estragos causas! No sé exactamente los años que tenía Catón entonces, pero con ella tuvo un hijo, de nombre Marco Porcio Catón Saloniano. El primogénito de este Catón padre, habido con su mujer Licinia, Catón Liciniano, deleznaba este acto de su padre y le retiró la palabra. Tampoco sé el efecto que esto pudo tener en el viejo, pero me lo puedo imaginar muy bien; quizá le entró eso que llamamos en castizo la risa floja.
 
         En fin, empecé mencionando a un Servio Sulpicio Galba, luego hablé de otro (en realidad son tres con el mismo nombre) y terminé haciéndolo de Catón el Mayor. Estas cosas pasan cuando uno puede escribir sobre lo que quiera. Esa es la gran e impagable ventaja de los articulistas y de los blogueros.