15 de diciembre de 2014

Templo de Hera Lacinia en Capo Colonna


Palabras clave (key words): Templo de Hera Lacinia, Capo Colonna, desolación, Agrigento

El corazón humano es caprichoso y también certero. Tiene sus razones propias; se apasiona y burbujea en el pecho por motivos que no aparecen claros al entendimiento. Yo diría más bien, que fuerzan al entendimiento a esclarecerlos. Cuento esto tras haber leído el relato de un viajero francés del siglo XIX en Calabria y ver después una foto que me ha conmovido profundamente, que me ha hecho pensar. He visto ruinas de muchas clases en diferentes países; sé que hay ciudades antiguas que ni siquiera podemos localizar, que no se sabe dónde estuvieron… Aun así, lo que muestra la foto es, para mí, mucho más desolador e inquietante. Se trata de lo que queda del templo de Hera Lacinia, en Capo Colonna (cabo de la columna), en la Calabria italiana.


Hasta el siglo XVI este cabo se llamaba “Capo delle Colonne” —antes de que hubiera allí templo alguno, su nombre era Lacinion—, porque, si hemos de creer a otro viajero de esa época, todavía quedaban cuarenta y tres columnas en pie. Las columnas eran de estilo dórico, de unos ocho metros de altura y las derribaban para utilizarlas en otras construcciones.  El templo fue construido a finales del siglo VI a. C. , en lo que se ha llamado la Magna Grecia. En 1638 ya sólo quedaban dos columnas y una de ellas fue derruida ese año por un terremoto. Ahora queda una y, como dijo un rústico del lugar: E col tempo anche questa caderà.

Te das cuenta, lector, sólo una columna. Ella sola, arañada por el viento, roída por el tiempo, da una idea, por remota que pueda ser, de lo que fue el templo. Se conserva bella, altiva, representante del supremo arte griego, testimonio de la vulnerabilidad de las obras humanas, a la orilla misma de un mar azul intenso, como de zafiro fundido. Tal vez es una prueba de la determinación de la diosa de no abandonar el lugar donde fue adorada y honrada durante siglos. Y sirve como señal a los pescadores que se buscan trabajosamente la vida en estas aguas no siempre calmas.

Si esa columna cae, por la razón que sea, ningún viajero encontrará ya nada que estimule su imaginación; tendrá que recurrir a las enciclopedias o a los museos… y no es lo mismo. Yo no siento la necesidad incoercible de descubrir ninguna de las ciudades que se han perdido. Pero conservar esa columna sí me parece que me concierne. Porque no es sólo la columna. Es toda la melancolía que despierta, las enseñanzas que revela, lo aleccionador de su presencia. Contemplar esa imagen es conocer lo que es la vida, lo que nos aguarda a todos, es descubrir la urdimbre del tiempo y la terrenidad.

No sé si me hago entender. Lector, te muestro otra foto de otro templo, también atribuido a Hera, en el Valle de los Templos, en Agrigento, en Sicilia. En ella se puede ver todavía lo que fue la fábrica original, se adivina claramente su estructura. Nada de eso ocurre con esa columna aislada que nos habla de destrucción sin límites y sugiere los peores augurios. El sentimiento de que esa columna está llamada a desaparecer, que sucumbirá indefectiblemente un día, del que sólo falta la fecha, es lo que prevalece aquí y es una emoción triste y desesperanzada. Por eso conmueve tan sin descanso.

Otro día te hablaré de lo que fue ese viejo templo condenado a desaparecer del todo, ese templo del que sólo queda una columna.

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