30 de julio de 2014

El síndrome de Gervaise


He hablado recientemente de viajes y de gentes y he insinuado que ahora son estas últimas las que espolean más eficazmente mi interés cuando viajo. Estoy un poco harto de las visitas excesivamente circunstanciadas, de los itinerarios demasiado previstos y tiendo más bien a irme por donde el corazón me lleva, a la buena ventura. También los museos muchas veces me abruman, me desconciertan y me agobian un tanto.

Supongo que eso le pasará a otros y hasta sospecho que es una especie de trastorno bastante frecuente. Tan es así, que se podría considerar el conjunto de síntomas que delinearé más adelante, como un nuevo síndrome: síndrome de Gervaise, por lo que contaré. Sería un cuadro en cierto modo opuesto al de Stendhal.

El síndrome de Stendhal, o síndrome de Florencia, toma su nombre del famoso escritor francés, porque este, en su visita a la Basílica de la Santa Croce de esa ciudad,  exactamente el 22 de enero de 1817, experimentó cierto trastorno, que describió más tarde en uno de sus libros, Rome, Naples et Florence, más una crónica de sociedad que un libro de viajes. Parece que le ocurrió justamente en la capilla Niccolini, admirando los frescos de un pintor barroco, Baldassare Franceschini, il Volterrano (1611-1689): “Había llegado a ese punto de emoción en el que se unen las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, tenía palpitaciones, la vida se me agotaba, andaba con miedo de caer”. Todo esto está referido en mil sitios y no me entretendré más. La psiquiatra italiana Graziella Margherini creó el epónimo en 1979 y documentó más de cien casos, en parte ocurridos durante visitas a alguno de los cincuenta museos de la ciudad.

Para el tentativo síndrome de Gervaise, aduzco un texto de otro escritor francés, Émile Zola, de su obra L’assommoir (La taberna). Es algo extenso y he de mutilarlo sin piedad, sin indicar siquiera los cortes. El hecho ocurre en el museo del Louvre, a donde el señor Madinier, un antiguo obrero que llegó a patrón, lleva a los invitados de la boda de Gervaise Macquart, para gozar del arte. Cuenta Zola:

“Siguieron las salas, viendo pasar las imágenes, demasiado numerosas para ser bien vistas. ¡Cuántos cuadros, por Dios bendito! La boda se lanzó a la larga galería donde están las escuelas italiana y flamenca. Más cuadros, siempre cuadros, de santos, de hombres y mujeres con figuras que no se entendían, paisajes, una desbandada de gentes y de cosas y un alboroto de colores, que comenzaban a causar un dolor de cabeza. El señor Madinier ya no hablaba. Siglos de arte delante de su ignorancia aturdida: la fina sequedad de los primitivos, los esplendores de los venecianos, la alegre vida y la bella luz de los holandeses. El señor Madinier se equivocó, extravió a la boda a lo largo de salas desiertas, frías, amuebladas sólo con vitrinas severas, donde se alineaban innumerables vasijas rotas. La novia temblaba, se aburría. Cayeron después en el área de los grabados y dibujos, que no acababan nunca. Los salones sucedían a los salones, con hojas de papel garrapateadas, bajo cristales, contra las paredes. Subieron un piso y llegaron al museo de la Marina y se vieron entre instrumentos y cañones, mapas en relieve, barcos como de juguete. Después de un cuarto de hora de marcha, muy lejos, se encontró otra escalera, bajaron y se hallaron de nuevo en las salas de dibujos. Entonces cundió ya la desesperación, atravesando nuevas salas sin rumbo, las parejas siempre en fila, siguiendo al señor Madinier, que se secaba la frente, fuera de sí. En menos de veinte minutos se vieron en un salón cuadrado con vitrinas, en donde dormían los pequeños dioses del Oriente. Pensaron que jamás saldrían de allí. Con las piernas rotas, abandonándose, los invitados de la boda hacían una batahola enorme”.

En una narración exagerada, humorística, que habla de cefaleas, temblores, aburrimiento, desesperación, cansancio extremo, turpitud. En verdad, puede haber algo de angustioso, de inabarcable en los museos. Lo descrito deslavazadamente por Zola se podría oponer a lo descrito por Stendhal, que tampoco fue un modelo de precisión. Nada hay demasiado científico en todo esto.

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