26 de mayo de 2014

De la violencia, de la injusticia, del amor o lo que sea


Ya afirmé que el problema de quien decide escribir con cierta periodicidad, no es la penuria de temas, sino su excesivo número. Muchos de ellos no se prestan a ser tratados en un escrito de reducido tamaño y quedan siempre flecos sueltos, que demandan su compleción (sic, está en el DRAE).

Hablé del Servio Sulpicio Galba, que llegó a ser emperador de Roma durante sólo unos meses. Otro general y político romano del mismo nombre (190 a.C - 135 a. C.), hacia el año 151 a. C., sufrió un serio descalabro a manos de los lusitanos, que mataron a siete mil romanos (hay que tener siempre cuidado con estas cifras) y decidió vengarse. Los lusitanos quisieron la paz y se dirigieron a él, como cuenta el historiador Apiano de Alejandría, basándose en diversas fuentes:

“La pobreza de vuestros suelos y la indigencia en que vivís, les dijo este Galba, es lo que os fuerza a hacer estas cosas. Yo daré tierra buena a los amigos necesitados y la distribuiré para su colonización, dividiéndola en tres lotes. […] Los dividió en tres grupos, llevando a cada uno de ellos a un determinado llano. […] Ordenolos que, como amigos que eran, entregasen las armas. […] Después envió contra ellos soldados armados y mató a todos, aun cuando ellos se lamentaban ante los dioses e invocaban la fe jurada. De mismo modo mató a los del segundo grupo y a los del tercero, los cuales ignoraban aún lo ocurrido con los del primero.

Valerius Maximus cuenta que el número de los asesinados ascendió a ocho mil, entre los que estaba la flor de la juventud de aquellas gentes. Sin embargo, Suetonio hace subir la cifra hasta treinta mil. Los que no murieron fueron vendidos como esclavos en las Galias. Cuando todo esto fue conocido por los romanos, Catón el Viejo o el Mayor, famoso por su integridad moral y temible como acusador, logró que Galba fuera llevado hasta los rostra (tribunas de oradores en el Foro romano), en donde hubo de escuchar el relato de sus crímenes, pero por sus amistades y relaciones salió libre de todos los cargos, aunque sus fechorías quedaron en la memoria de todos. No hay de qué extrañarse. Honoré de Balzac escribió que las leyes son telas de araña, que son traspasadas por las moscas grandes y sólo atrapan a las moscas pequeñas.

Este Catón también pasó a la historia por su célebre frase o coletilla Delenda est Carthago (Cartago ha de ser destruida), que pronunciaba cada vez que hablaba desde la tribuna y le hizo famoso en Roma. La frase completa es Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida). Era proverbial su terror a los médicos, casi todos griegos en la época, en lo que demostró buen sentido. Fue un hombre de carácter rudo, de moral estricta y amor a la disciplina. Cuando murió su esposa Licinia, y siendo él ya de edad muy avanzada, tomó esposa entre sus esclavas y prefirió buscarse una joven y de gran belleza, Salonia. Bueno, digo yo, pues no estaría tan mayor; por lo menos la cabeza le regía y sabía escoger. ¡Ah, el amor… o lo que sea, qué estragos causas! No sé exactamente los años que tenía Catón entonces, pero con ella tuvo un hijo, de nombre Marco Porcio Catón Saloniano. El primogénito de este Catón padre, habido con su mujer Licinia, Catón Liciniano, deleznaba este acto de su padre y le retiró la palabra. Tampoco sé el efecto que esto pudo tener en el viejo, pero me lo puedo imaginar muy bien; quizá le entró eso que llamamos en castizo la risa floja.
 
         En fin, empecé mencionando a un Servio Sulpicio Galba, luego hablé de otro (en realidad son tres con el mismo nombre) y terminé haciéndolo de Catón el Mayor. Estas cosas pasan cuando uno puede escribir sobre lo que quiera. Esa es la gran e impagable ventaja de los articulistas y de los blogueros.

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